Cartas de un judío a la Nada
Siberia, 1999 — Es alto, fornido y feo como la peor de las pesadillas. Tiene una cicatriz que le recorre buena parte de la mejilla derecha y le baja por el cuello. La última vez que se lo vio, iba desnudo. Jonathan levantó la vista, alarmado. — ¿Cómo? Espere, espere. ¿Quiere que salgamos a buscar a un hombre que escapó de esta prisión, en medio de la tundra siberiana… desnudo? Amigo, su fugitivo está muerto. Caso cerrado —. Agregó, mirándome a mí: — No puedo creer que estos estúpidos nos hayan hecho recorrer medio planeta para esto.