Un conocido distribuidor de drogas amenazó con golpear al fiscal de la causa, en cuanto recobre la libertad. No hay límites en la sensación de impunidad que rodea a los delincuentes más peligrosos. ¿Será verdad que entran y salen?
Varios son los personajes de esta historia del delito, que ya teje bandos y leyendas. Por un lado, le tocó estar a Diego Olguín Monticelli, que es custodio de la Policía Federal con el grado de cabo primero, y presta funciones en el traslado de detenidos dentro del edificio de tribunales, en especial los que llegan a declarar ante la fiscalía que corresponde a delitos vinculados con estupefacientes.
Por otro, José María Robaina Presentado, un vendedor de drogas al menudeo, que ha cambiado de guarida un par de veces ya, desde que vive en Mar del Plata por opción, ya que es de nacionalidad uruguaya. No es la primera vez que lo detienen por el mismo delito, ya que purgó una pena por tenencia de armas y drogas. Pero a fines del año pasado, volvió a caer cuando lo encontraron rodeado de su mercadería, y en un auto, también lleno de paquetes más que sospechosos.
Pero sí era la primera vez que ellos dos se veían. La suerte los enfrentó el pasado 29 de noviembre, cuando Robaina fue trasladado para prestar declaración ante el fiscal de la causa -Marcelo Blanco- en horas del mediodía. A Robaina le tocó desplazarse bajo la custodia del policía federal Olguín. Cuando iba esposado, desde la Fiscalía de Estupefacientes hacia la Alcaidía de Tribunales, el dealer manifestó a viva voz que el fiscal Blanco estaba empecinado con él, y con su familia. Dijo que “Por cualquier cosa” lo dejaba detenido, o lo hacía cumplir condenas muy largas. Por esa razón, aseguró que cuando recobrara su libertad lo iba a cruzar en la calle y lo iba a “cagar a palos para que aprenda a no meterse con él ni con su familia”. La declaración es textual, y así consta en la denuncia.
Lamentablemente, cuando lo dijo estaban sólo ellos dos en el ascensor: no había nadie más que el detenido y su custodio, lo cual puso al policía en un lugar de franco compromiso con la información que a partir de ese momento sólo él poseía. Olguín observó, momentos después, que el fiscal Blanco se retiraba de tribunales a bordo de su coche particular, y decidió acercarse para ponerlo en conocimiento del peligro que corría.
A partir de allí, el fiscal Blanco se presentó ante otro fiscal -Mariano Moyano- de la Unidad Funcional de Instrucción y Juicio n°5 departamental. Lo hizo apenas 5 días después de la amenaza, y allí se apresuró a declarar los hechos que le preocupaban. Él ya había investigado a un sujeto apodado “Congo” que se dedicaba a la comercialización de estupefacientes en su domicilio de calle 12 de Octubre 10132 de esta ciudad, y había obtenido para ello una orden de allanamiento y requisa que se hizo efectiva el 28 de noviembre pasado.
En la oportunidad de los hechos fue aprehendido su morador: Congo resultó ser José María Robaina Presentado. A él, y no a otro, se le secuestraron 523 gramos de marihuana, 223 gramos de cocaína, y diversos elementos utilizados para el comercio de sustancias ilícitas. También tenía en su poder un revolver calibre 22 Pasper con cuatro cartuchos intactos, más dos cajas completas de municiones para recargarlo. Se ve que – además- tenía planes.
También fue detenida su esposa Natalia Andrea Luján Gómez, que recobró la libertad en el acto por ser madre de varios hijos, entre ellos dos gemelas de 8 meses. La pareja resultó acusada de tenencia de estupefacientes con fines de comercialización, más la posesión ilegal de un arma de uso civil.
El prontuario
Cuando el fiscal Blanco declaró ante Moyano por las amenazas, agregó que ya conocía al tal Robaina. Efectivamente, él ya había actuado en distintas causas por comercio de estupefacientes, en las que resultaron procesados y condenados Robaina, su madre: Ana María Presentado, su hermano Miguel Ángel Robaina, alias Lolo, y la esposa del denunciado, Natalia Gómez.
La historia había empezado en esta ciudad en 2007, cuando el mismo Robaina que ahora lo amenazaba resultó detenido después del allanamiento de su casa que entonces era en Termas de Río Hondo 2518. Allí se secuestraron más de 30 kilos de marihuana, y 243 gramos de cocaína, repartidos en diferentes escondijos de la casa. Todos estaban fraccionados y empaquetados con cinta de embalar, preparados con inscripciones donde constaban los pesos exactos de cada unidad.
También le secuestraron un revólver calibre 357, marca Amadeo Rossi, una pistola 9 milímetros Taurus PT 92 con nueve proyectiles, y un revólver 22 marca Pasper, con cartuchos de punta hueca en su interior. Un arsenal.
La competencia vino a dar al Tribunal Oral de Mar del Plata, quien le impuso al hoy denunciado una pena de siete años de prisión por la comercialización de estupefacientes, más la tenencia de arma de guerra. A su madre le cayeron ocho años por los mismos delitos, cuando se le secuestró marihuana, y una escopeta 28 milímetros. El hermano Lolo – el otro implicado- tenía ocho kilos de marihuana, y una escopeta de calibre 16. La esposa Natalia Gómez, a su vez, fue condenada a dos años, porque solo se le imputó la tenencia del arma de guerra. Y dice Robaina que el fiscal la tenía con ellos, que lo hizo condenar por cualquier cosa, por detalles menores…
Siguen en pie
Ahora han pasado más de seis años, y los integrantes de la familia Robaina siguen en la suya. Por supuesto que ante el fiscal, José María dijo que tenía una forrajería en su casa, y que compraba y vendía autos, con lo que lograba ganar $20 000 al mes. No obstante, se abstuvo de declarar en el marco de la causa que ahora se le sigue, haciendo uso del derecho que le asiste, porque tiene perfecta conciencia de la manera en la que debe moverse para salir lo más rápido posible. La cuestión ahora es ¿cuál es la política de estado que persiste en otorgar libertades a los narcotraficantes, quienes -descubridores de un negocio que produce millones sin demasiado riesgo- reincidirán una y otra vez en sus tareas? Ellos saben que tendrán a su lado colaboradores a sueldo, que controlarán sus bienes y posesiones hasta el momento en que una liberación rápida les permita proseguir con la empresa familiar.
¿Hasta cuando ellos serán los privilegiados de la historia? Son los que primero salen, porque tienen con qué pagarse un buen abogado sacapresos, aunque está visto que ninguno se ha rehabilitado en la prisión, a sabiendas de que su negocio es redondo. El dealer es odiado aun por los mismos delincuentes; está en la base de la pirámide del código de avería, porque al decir del resto de los malvivientes: “el transa no se la juega”.
El transa es el que espera que le vengan a comprar. El que espera la necesidad del otro en la comodidad de su casa. El que ni siquiera se arriesga en salir. El que especula con la desesperación del consumidor, y cobra más de lo que entrega, si ve que hay espacio para hacerlo, porque nadie se anima a contradecirlo. Es el especulador por excelencia, y no le importa a quién le vende.
El transa es el dueño de la cuadra. El que sabe que no lo van a detener, porque apavura a jueces y fiscales con el enorme poder que el narcotráfico tiene en el mundo entero, y sabe también que la misma policía prefiere no cruzárselo, a pesar de que esté operando a la vista del público. ¿Hasta dónde seguirá este poder? Por lo pronto, llega al menos hasta acá: el famoso distribuidor apodado “El Congo” le puede decir al policía que lo custodia que va a vengarse del fiscal Blanco en cuanto pueda, porque “la tiene con los Robaina”. Porque a su criterio, las sustancias que se secuestraron, y las armas con que las custodiaba son poca cosa, y no sostienen una detención como está. Notificado de la causa por amenazas, simplemente se negó a firmar, por lo que la notificación se le entregó frente a un testigo. Y es de pensar el miedo que habrá pasado ese compañero de celda del penal elegido como testigo, cuando tuvo que afirmar que vio cómo se notificaba a un narco. Le tocó estar en la misma celda, de pura mala suerte.
El vendedor de drogas extiende su poder, y parece que nadie lo para. Usa la viva voz para alertar de su futura venganza. Y de seguro, no faltará alguno que se asuste, y le vuelva a firmar la libertad.