Crimen de Agusti | Piden elevación a juicio de Alejandro Salaberry, quien estuvo prófugo más de quince años para esperar la prescripción del homicidio de un policía. Hay detalles del asalto que demuestran la intencionalidad de sus actos.
Recientemente, la Cámara de Apelaciones se había expedido respecto del crimen del policía Cristian Agusti, diciendo que no podía darse por caída la responsabilidad del homicida Alejandro Javier Salaberry, prófugo por todos los años que necesitó para burlar a la justicia.
Los magistrados dijeron que, durante todos estos años, el Estado tuvo un rol activo y permanente en la búsqueda del prófugo, y que tomó múltiples medidas tendientes a dar con su paradero: allanamientos, registros domiciliarios, intervenciones telefónicas y listados de llamadas entrantes y salientes de personas su entorno. También se encuentran documentadas actividades policiales para localizarlo: el Estado procuró la captura interprovincial e internacional, ya que ofreció recompensa para quienes aportaran datos certeros sobre el sitio en donde se encontraba. Además, se publicitó en diversos medios de comunicación masiva una fotografía para ilustrar sobre la fisonomía del buscado.
Para mantenerse en la clandestinidad, Salaberry usurpó otras identidades. Después de que ocurrió el homicidio de Agusti en 2003, y que se lo identificó a él como uno de los autores, rápidamente se fugó. Y, por más de una década, se escondió en la calle Azara n° 1350, casa 2, del complejo habitacional Madre del Pueblo, en la localidad Parque San Martín, Partido de Merlo, provincia de Buenos Aires. Mientras vivía allí, haciéndose llamar Lucas, amenazó a su vecina —Georgina Benítez— y por esa razón se inició una causa en su contra en 2010, ante el Departamento Judicial de Morón.
Pero eso no fue todo, sino que el 15 de octubre de 2018 cometió otro delito: luego de una discusión, atacó a golpes de machete a su vecino de al lado, y por eso se le inició otra causa por homicidio en grado de tentativa. Cuando se emitió la orden de detención, el vecino hasta ahí identificado como NN Lucas, fue señalado como Lucas Lamas.
Aquel Lamas era Salaberry; esta verdad se supo cuando el vecino al que había atacado a machetazos y su esposa vieron a su atacante por televisión. Era la imagen de quien se había presentado a la justicia de Mar del Plata bajo el nombre Alejandro Javier Salaberry, y se había hecho cargo del antiguo homicidio del 2003, una vez prescripto.
El procedimiento
Salaberry había usurpado la identidad de Lucas Lamas, pero el verdadero ciudadano con este nombre y apellido sufrió las consecuencias: el allanamiento en su domicilio y su detención. Mientras tanto, era buscado en dos procesos por delitos contra la vida y nuevamente usurpó otra identidad: la de su hermano Maximiliano Salaberry. Este recorrido no ha tenido otro fin que el de burlar a la justicia, y es por eso que la Cámara termina por expedirse diciendo que no es justo determinar que las acciones en contra del ciudadano Salaberry se hayan extinguido, porque en ese plazo el acusado volvió a delinquir bajo otro nombre.
Con la firma de los magistrados Raúl Paolini y Pablo Poggetto, se declara que la resolución de la jueza de garantías que consideró transcurrido el plazo de prescripción de los delitos cometidos en Mar del Plata por Alejandro Javier Salaberry resulta nula, y que también lo es el sobreseimiento dictado en consecuencia.
A partir de eso es que comienza a trabajar Leandro W. Arévalo, el fiscal de la Unidad Funcional de Instrucción y Juicio 7 Departamental, y lo acusa de los delitos calificados como robo doblemente agravado por el uso de arma y en poblado y banda, homicidio doblemente agravado criminis causa y por ser cometido contra un miembro de la fuerza de seguridad, y homicidio doblemente agravado criminis causa y por ser contra un miembro de la fuerza de seguridad en grado de tentativa. Además, resistencia a la autoridad, abuso de armas, tenencia ilegal de arma de uso civil, solamente teniendo en cuenta el asalto cometido el 27 de octubre de 2003 a la tarde.
Aquel día, en el macrocentro de la ciudad de Mar del Plata, varias personas —entre las que están Claudio Raúl López, Fernando A. Palomino, Carlos Marcelo de los Santos y Alejandro Javier Salaberry— ingresaron al local comercial Unicomp Computación, de 20 de Septiembre 2946, y se hicieron pasar por clientes para lograr que les abrieran la puerta.
Alguien activó la alarma silenciosa, y el móvil policial en el que estaban Cristian Agusti y Critian Fournier acudieron al lugar a ver si había algún inconveniente. Al llegar la policía, los asaltantes dispararon sin control: mataron a un policía y balearon al otro. El sobreviviente, Cristian Fournier, pudo dar cuenta ante la justicia de lo que había acontecido.
Asesinato
Dijo Fournier que, cuando él y su compañero respondieron al llamado de un móvil que cubriera 20 de Septiembre 2946, al llegar no vieron nada raro: un portón color verde sin ningún movimiento. Había gente en la puerta, gente del lado del frente, gente tomando una cerveza y comiendo una picada: «faltándome tres pasos al portón me abren la puerta, no le vi el rostro a la persona. Había otras tres personas dentro, paradas allí, todos apoyados contrala pared, como escondidos… Uno petisito con remera blanca y pelo negro me hace con la mano una seña y me dice pasá flaco. Tenía pantalones tipo surf y anteojos negros redondos. Ahí lo reconocía como alguien conocido. Yo le contesto disculpa flaco, me equivoqué de dirección… de adentro sale corriendo otro morocho, grandote con un buzo gris o remera, tenía un lunar o marca en la cara… me apunta, desde arriba con la mano derecha de él, en mi cabeza y me dice quedate quieto hijo de puta, arrodillate. Este sujeto sale a la vereda, donde estaba yo, a dos o tres pasos de la puerta del lugar. Yo le digo quedate piola, no quiero arrodillarme. El estaba loco, gritaba muy sacado, en un segundo él se distrae, mira hacia la puerta y yo con la izquierda le tomo el arma que era de color negra, grande y pistola, y con la otra mano le tomo el otro brazo y lo tiro contra el otro lado. El en ese momento quería accionar el arma. Ahí, hay un lapso, siento que alguien se para al lado mío, siento la explosión, la quemazón y pienso este me la puso en la espalda. Yo recibo el disparo y no recuerdo en qué posición estoy. No sé si él me dispara primero y yo me cubro, yo caigo y quedo mirando con la cabeza hacia la calle».
El policía sigue el relato contando que miró hacia el portón verde y vio a su compañero disparando: «para mí esto ocurría en cámara lenta», dice, cuando se empezó a arrastrar y sintió dos disparos más. Uno rompió la ventanilla del Seat estacionado, y la gente gritaba «guarda con los tiros».
Fournier puede dar cuenta de que había más de un arma disparando, ya que eran muchos tiros juntos, sin el espacio natural de un disparo al otro. Entonces se dio cuenta de que el compañero Cristian estaba tirado con los pies hacia Alvarado y la cabeza hacia Castelli, justo frente al portón.
Agrega: «Yo le digo “negro me pusieron, me pusieron y lo veo a Cristian tirado”, yo no sabía hasta ese momento que él estaba herido, y le digo me pusieron a mí y a Agusti».
Fournier afirma que los asaltantes eran Salaberry y Palomino: al primero lo había detenido anteriormente, y al segundo lo conocía por los álbumes de fotos de la policía.
Todos los testigos confluyen en algo: esta gente vive del delito, planeó el hecho, preparó los detalles y mató con ganas. No hay ninguna duda acerca de la identidad ni intencionalidad del homicida, que esperó en otra ciudad a que pasara el tiempo para no pagar su culpa. El fiscal tiene todo en sus manos. Porque no hay ninguna duda: Salaberry hizo todo lo que sabía para burlar a la justicia, pero como es quien es, siguió delinquiendo aún cuando estaba escondido. Arévalo es ahora quien puede reordenar las piezas de esta enorme injusticia.