Vecinos de la ciudad denuncian que el barrio de la Ferroautomotora se ha vuelto un hábitat imposible. Reúnen firmas para exigir la clausura de la bailanta, cuyos clientes son los encargados de asolar la zona. La municipalidad, como siempre, no sabe y no contesta.
Es la zona candente de la ciudad. Candente no porque en ella fluya una actividad comercial pujante, ni porque tenga más planes a futuro. Es candente porque se ha convertido en un polvorín a punto de incendiarse, sí, de prenderse fuego y llevarse con ella a los vecinos que creían vivir en uno de los barrios tradicionales. Una zona de casas construidas en su mayoría por los empleados ferroviarios, que arribaron a la ciudad en la época de apogeo de la actividad y se afincaron en los alrededores de la vieja estación inglesa de Ferrocarriles Argentinos.
Hoy, la zona de la Ferroautomotora es casi la zona roja. Parada de travestis y prostitutas, rodeadas de sus correspondientes proxenetas y distribuidores de cocaína, tiene además agravantes de todos los colores. La misma zona que la municipalidad nos vendió como promesa de futuro, cuando decidió unilateralmente trasladar todo el movimiento de colectivos de larga distancia y emplazar allí la terminal de ómnibus. Como se recordará, este semanario se ocupó de dar detalles del enorme negociado que terminó de completar los bolsillos del adjudicatario por decreto conocido como Otero, aunque tanto se habló de su condición de testaferro. La misma zona que alguien creyó se poblaría de nuevos hoteles para recibir al turismo es hoy la condena de los propietarios, que no duermen de noche ni viven de día. El ruido de los micros se suma a la voz del altoparlante que anuncia llegadas y salidas, los sonidos de coches y taxis que cierran puertas, más el movimiento general de gente que va y viene.
Pero sabemos que ése no es el problema completo. A todo lo dicho, a todo lo que vino a complicar la zona del tranquilo barrio ferroviario, ahora llegó lo que faltaba: una inseguridad que hace que las personas se encierren en sus casas a las ocho de la noche, porque no hay manera de salir a la calle después de esa hora, menos aun si se trata de unos de los días del fin de semana.
La razón fundamental es un boliche llamado “La Cumbre”, emplazado en avenida Luro 4141, entre San Juan y Olazábal. Originariamente habilitado como restaurante de comidas al paso, es en realidad una bailanta que alberga todo el movimiento delictivo que podría darse cita en una misma manzana. Las personas del barrio, desesperadas, ya no saben qué hacer para evitarlo.
Rodeados de espanto
El problema no es la bailanta, ni que acudan allí cantidad de personas. El drama es que lo que debería ser la zona que da la bienvenida a marplatenses y turistas que arriban en los micros y trenes, está plagada de delincuentes. Sí, así nomás. Parece que la bailanta es en verdad un antro donde se encuentran los más violentos y cometen desmanes de toda clase. La queja es porque, aparentemente, los vecinos lo viven como zona liberada, ya que no hay policía cuando comienzan los disparos, los golpes, los ataques, o las patotas. Y tampoco cuando terminan, entrada ya la madrugada.
No solamente es la cuadra de Luro entre San Juan y Olazábal: la zona de conflicto se extiende, ya que hace dos meses, en la vereda del supermercado de Luro y Guido mataron a golpes a un joven entre varios atacantes. Otra patota corría a un muchacho que tenía la cabeza sangrando, por la calle 25 de Mayo rumbo a Independencia. Una chica fue violada en las inmediaciones de la vía, y salía de allí gritando, pidiendo auxilio; estaba semidesnuda y golpeada. Nadie acudió. Nadie hizo nada.
La misma municipalidad que suspendió una fiesta a la que se convocaba por Facebook, porque le pareció potencialmente riesgosa, y lo comentó a los cuatro vientos, no hace nada cuando sucede lo que aquí sucede. Porque parece que la gente denuncia y nadie se entera. Como parece no se enteran los medios de comunicación, ya que el denunciante, José Manuel Juárez, declara que el diario La Capital no se ha ocupado jamás de lo que sucede en la zona. Tampoco lo ha hecho El Atlántico.
Según dicen los vecinos, no hay posibilidad de que se sepa lo que pasa en este barrio del espanto porque, a criterio de Juárez en su declaración para la radio 99.9, “Otero de la terminal es de la banda de Aldrey Iglesias”. Si no, dice, cómo es posible que nunca se enteren de nada.
Hace unos días, los vidrios del Banco Provincia de Luro y San Juan resultaron astillados porque atacaron allí a un joven al que golpearon con un fierro. Nadie intervino: la policía no vino, ni salió la tragedia vivida en ningún medio de la ciudad, simplemente porque no se difundió. Los vecinos afirman además que algunos conflictos han sido tan graves que ha tenido que intervenir la infantería.
En una ocasión reciente, debió cortarse la avenida por un enfrentamiento armado, en el que intervinieron quince patrulleros para detener la balacera. No se vio ni una nota de prensa ni vinieron los canales.
Según dice Juárez, aquí hay funcionarios que se compraron una postal de la Mar del Plata feliz, y se la creyeron hasta que se la pegaron en el despacho.
Es evidente que el universo delictivo de Mar del Plata es importante, sin duda. ¿Qué sucede entonces si todos ellos, los delincuentes, acostumbran concurrir al mismo boliche, si se divierten en el mismo sitio porque les gusta ése, porque allí no los cachean?
En la época en que ha sucedido que hubo un cacheo, es decir que los han revisado para evitar la portación, lo que hacían los parroquianos era esconder sus armas entre las plantas que hay en la zona de la vía, y recogerlas a la salida.
El panorama que muestra el denunciante es desolador: “Enfrente del boliche hay un peruano que vende bebida y merca. Hace poco pasó uno en una moto y le gritó algo al custodio que hacía unos días no lo había dejado entrar. Inmediatamente le descargó tres tiros. Podría haberle pegado a cualquiera”.
Y prosigue: “A ciento cincuenta metros de la espectacular Ferroautomotora sucede todo esto, incluso que hay un muchacho en silla de ruedas que vende drogas”.
Escondidos
No hay demasiadas pruebas más allá de los testimonios orales y ocultos, lo cual es más o menos comprensible. Parece que el farmacéutico de la zona alguna vez quiso filmar cuando comenzaban el tiroteo y los desmanes, pero obviamente le dispararon: “acá te ven y te tiran como si fueses un chimango”, dice el declarante.
Y eso que, afirman los vecinos, en el boliche La Cumbre hay policía de civil, pero no interviene. Dicen que los “malandras” que se mandan alguna macana después se van a tomar café a la terminal hasta que pasa todo. Y si salen de La Cumbre sin dinero, después toman un taxi allí y asaltan al chofer cuando llegan a destino. “Aquí matan gente. ¿A quién tienen que matar para que sea importante?”, dice Juárez.
El 3 de diciembre a las seis de la tarde, el kiosco de frente a la terminal fue asaltado por dos individuos armados. Se llevaron todo, e incluso abusaron de las chicas que estaban en su interior; no las violaron por falta de tiempo. La dueña llamó al 911 más de diez veces, y los policías no vinieron nunca. Finalmente, la misma chica detuvo un patrullero que pasaba, y los efectivos simplemente le dijeron: “andá a hacer la denuncia”. Es decir que ni siquiera la contuvieron, ni se bajaron a ver qué pasaba. Los policías de la terminal no cruzaron siquiera la calle, porque “ése no era su lugar de trabajo”. ¿No parece anormal? Los asaltantes se escaparon por el territorio más peligroso: las cocheras de los edificios que están en 25 de Mayo entre San Juan y Olazábal.
Es posible que, encima, vivamos un mal momento en la relación entre los efectivos de la policía y su nuevo jefe de la departamental: una interna que no corresponde al ciudadano que vive esta tragedia cotidiana. Ni esta ni los conflictos salariales de la fuerza.
Hay quienes hablan de la evidente connivencia con la municipalidad, que por alguna razón no ve nada, aunque se llene la boca hablando de la cantidad de combustible que se entrega para los patrulleros.
El denunciante entregó un petitorio de clausura en la municipalidad -en manos de Vilma Baragiola-, la cual iba acompañada por una enorme cantidad de firmas de los vecinos. Dice que no encontró otra manera de que le prestaran atención. Que hay gente que cree que se trata de una cuestión de discriminación, pero no es cierto, que él solamente quiere vivir tranquilo.
Mientras tanto, hay dos o tres robos por día. Un joven murió de un escopetazo en Olazábal entre Luro y 25 de Mayo. Otro, a golpes en la esquina a manos de una patota, y nadie hace nada. ¿Tanto dinero genera vender alcohol en La Cumbre, para que nadie haga nada y los muertos parezcan siempre un daño colateral?
Juárez dice que hay un grupo de políticos que se benefician con esto, y menciona a concejales y diputados: Salas, Porrúa, y también a Aldrey Iglesias. ¿Será realmente un error que el entrevistado mencione al dueño del multimedio dentro de un grupo de funcionarios políticos, o simplemente se le escapó?
Hay descontrol en La Cumbre. Muertos en la vía pública, violaciones y asaltos, Les rompen los vidrios a los coches cuando pasan, desde las nueve de la noche. A la policía no, porque ni pasa. Alguien dice hasta acá llegamos.