Estación Terminal Sur | Un operativo de Inspección General encontró comercios sin habilitación en el Centro Comercial Estación Terminal Sur. El gerente se violentó, y todo termina en intento de querella por parte de la comuna, que no parece prosperar. ¿Hasta cuándo estos comerciantes se sentirán los dueños de la ciudad?
Ningún medio lo menciona. Parece que nunca hubiera sucedido, pero hace unos días nada más, el titular de Inspección General ordenó un operativo por el cual cesó las actividades de cinco locales del Paseo Estación Terminal Sur que no contaban con la correspondiente habilitación, o no tenían en regla todos los permisos que necesitan para trabajar en el elegante shopping que la ciudadanía marplatense conocía como Paseo Aldrey, aunque ese no fuera su verdadero nombre.
Fue precisamente Emilio Sucar Grau – el titular de aquella dependencia- quien lo contó para la 99.9, y se cuidó de no usar la palabra clausura: dijo que los locales en cuestión no podrían realizar actividad comercial hasta tanto no completaran la documentación faltante, y que los inspectores estaban “muy atentos”. Se inspeccionó la situación de los 107 locales, y los que se encontraban en situación deficiente fueron solamente 6. Se trata de emprendimientos bastante recientes, de actividad gastronómica y venta de ropa, ya que, como indicó Sucar Grau, no se encontraban funcionando la última vez que la comuna realizó intervenciones, hace unos dos o tres meses.
Off de record, se supo que en oportunidad de realizarse tales acciones, sucedió lo que ya es habitual: los funcionarios fueron mal recibidos, porque el ex dueño de la ciudad no se acostumbra a tener que darle cuentas a nadie de lo que hace. Parece que el mismísimo gerente del paseo de compras trató tan mal a los inspectores, que el episodio violento dio lugar a la presentación de una querella penal que la comuna inició al representante del emprendimiento comercial. ¿Seguirá adelante? Pudo saberse que el mismísimo juez Riccitelli volvió atrás el expediente cuando tenía todo en sus manos para resolver. Pero de eso no se habla.
El vínculo entre la comuna y el empresario español ha empeorado desde el momento mismo en que Carlos Arroyo fue electo. En aquella ocasión, el intendente había advertido: ahora la ciudad no tendrá dueño, dando inicio así a una lucha por pretender legalizar las acciones comerciales de Aldrey, que no logra adaptarse a tener que dar cuentas a nadie.
La cartelería
Tal como lo tratara extensamente este semanario, el retiro de la cartelería que nombraba al emprendimiento Estación Terminal Sur como Paseo Aldrey fue una de las batallas más encendidas, que don Florencio no acepta haber perdido. De hecho la notificación de fines de mayo no fue recibida en mano, y debió ser fijada en unos de los buzones de los negocios del español. En el edificio de calle Champagnat, donde funciona Multimedios la Capital, no había quien la recibiera a las 10.30 de la mañana, aunque sí fue recibida en LU6, emisora radial del mismo dueño.
Allí se notifica al dueño del diario que, luego de un extenso proceso administrativo, ha quedado en claro que es necesario normalizar todas las pautas del contrato que regula la concesión de uso y goce de la unidad fiscal llamada Centro Cultural Estación Terminal Sur, de propiedad municipal, que funciona en el predio rodeado por las calles Las Heras, Garay, Alberti y Sarmiento. Y que el medio de comunicación de Aldrey -es decir casi todos- ha difundido y utilizado una denominación indebida: Paseo Aldrey. Cuando la concesionaria fue intimada a cesar en el uso de este nombre de fantasía, dijo que estaba fuera de su alcance determinar de qué manera los medios de comunicación iban a llamar al predio comercial. Pero nunca dijo que el diario de la ciudad, más otros medios de comunicación, pertenecían al mismo concesionario. Diálogo de locos.
Se le recuerda que la ordenanza que autorizó la licitación, puesta en valor y la explotación del sitio, aclara que se llama Estación Terminal Sur, y recuerda su valor patrimonial por tratarse de un edificio histórico, aquel donde funcionó la vieja estación del Ferrocarril Sud. Y dice además que cambiarle el nombre afectaría notablemente el valor histórico y cultural, por el cual la Nación cedió este bien patrimonial a dominio comunal en el 2000.
Estas explicaciones buscan poner en conocimiento al concesionario de las razones por las cuales la comuna actuó como lo hizo con el retiro de cartelería y preservación del nombre: “preservar el nombre, la historia, y el valor de un bien cultural de interés patrimonial para ser destinado al uso público”. Por esas razones, le solicitan que en lo sucesivo se utilice -en el medio que está a su cargo- la denominación correcta “para resguardar la historia y la cultura que debe ser perenne”.
Otra notificación
La siguiente notificación es del mes de junio. Nadie le puede decir a la municipalidad de General Pueyrredon que no está cumpliendo con todos los pasos requeridos en este intento de diálogo, cuando es evidente que han fracasado todas las instancias de mediación.
Los documentos señalan toda la documentación probatoria, y cada una de las ordenanzas que regulan no sólo la licitación, en la cual la empresa de Emprendimientos Terminal Sur resultó oferente y elegida, sino además la normativa que rodea las condiciones en que la firma puede hacer uso de los beneficios comerciales que se le adjudican.
Desde un primer momento se desdibujaron los límites entre el espacio otorgado al Centro Cultural Terminal Sur, cuya función debía tener absoluta prioridad por tratarse de un edificio histórico cedido por la Nación. Pero además, el remozado y restauración debió privilegiar el resguardo de las condiciones arquitectónicas que daban cuenta de la vieja Mar del Plata histórica: es la estación a la cual llegaban los antiguos visitantes de la aldea balnearia, un baluarte de la construcción, del cual apenas puede reconocerse la fachada. Los horarios de visita de la parte dedicada a la cultura son mínimos, y pueden observarse allí algunas obras plásticas, como para cumplir: sin anuncios de muestra, ni visitas guiadas, ni programa de promoción de obras, ni actividades que destaquen y den a conocer a los artistas.
El sector que debe pertenecer a la plaza pública no es público. Está semi cerrado, y tiene como principal atracción la escultura de Botero que Aldrey Iglesias importó con una baja impositiva, porque prometía que se trataba de un regalo para la ciudad, y que la emplazaría en la Plaza del Milenio. Se la regaló a sí mismo y la puso en la plaza pública que no es pública, dentro de un centro cultural que se debería llamar estación Terminal Sur y que terminó llamándose como él. ¿Entiende razones Aldrey?
La mayor parte de las lujosas inversiones que atraen visitas obviamente están en el paseo de compras, la verdadera razón de la discusión, que sí funciona a pleno: iluminación a giorno, actividad permanente, y grandes carteles que invocaban hasta hace poco el nombre del empresario que todo lo puede.
Como se recordará, este año el Municipio procedió con el retiro definitivo de la cartelería que daba el indebido nombre “Paseo Aldrey” al Centro Cultural Estación Terminal Sur, en calle Sarmiento al 2600. Con la presencia del Intendente Carlos Arroyo, se montó un operativo en la madrugada de un sábado, que contó con la colaboración de personal de los Entes Municipales de Vialidad y Alumbrado Público y Servicios Urbanos, y con las Subsecretarías de Inspección General y Transporte y Tránsito. La documentación dejaba en claro el incumplimiento que implicaba la marquesina que estaba colocada sobre el edificio público, cuando la ordenanza municipal, firmada por el ex Intendente Gustavo Pulti, lo denominaba como Centro Cultural Estación Terminal Sur. La empresa que explota parte del establecimiento había hecho una presentación en la justicia que fue rechazada “in limine”, y esta sentencia impulsó a la administración local a diagramar el operativo que permitió quitar los carteles.
Ahora les toca comprender que les caben las mismas condiciones que a cualquier hijo de vecino. Habilitar los negocios, conseguir los permisos correspondientes, y no despacharse con un capataz a cargo de ahuyentar los controles, porque el shopping no es una estancia del siglo XIX. Por más rico que sea el dueño.