Los intocables

Central 918
El puerto local | El puerto marplatense sigue siendo tierra de poderes que ni se pueden nombrar, poderes ligados a familias de tradición a las que nadie toca. Se corre el riesgo de que algo se caiga en la cabeza del denunciante.

Una vez más ha sido Roberto Maturana quien se ha ocupado de denunciar ante la Prefectura que en el puerto las cosas no están como deberían. Dijo que en la llamada playa de redes había un contenedor repleto de basura del que salía un olor nauseabundo, y que encima la arquitecta Mariela Iturralde, del Consorcio Portuario, lo miraba como si nada. Ella, que debería ser la responsable de la contaminación en la zona, y actúa como si la basura fuera connatural al puerto. En cierto modo es verdad, la mugre endémica afecta a un sitio que debería ser un paseo para habitantes y turistas de la ciudad.

Maturana fue marino mercante, aunque hoy se encuentra jubilado, pero entiende perfectamente cuáles son los requerimientos de ciertas actividades que se llevan a cabo en el puerto, autorizadas o no, con seguridad o no. Por eso denunció, por ejemplo, que en este mismo sitio de la playa de redes se estaban llevando a cabo tareas de construcción de una embarcación sin identificar. A su criterio, se trataba de una especie de astillero clandestino a cielo abierto, con obreros trabajando en pleno espacio de la escollera, usando soldadores sin protección, ni ropa de seguridad; ni siquiera tenían antiparras para soldar, y le consta que no cuentan con cobertura de ART.

Aparentemente, las obras corresponden a la empresa de Franco Barillari, que utiliza la playa de redes como si fuera su astillero particular, y construye un barco a cielo abierto a la vista de todos. A la vista, porque su convocatoria de acreedores data de 2008, y los damnificados no han tenido nada más que promesas de pago.

En la misma denuncia, Maturana hacía constar que en la proa del Euro I –el nombre de la embarcación- podía observarse una enorme mancha oleosa, además de una cantidad importante de basura flotando cerca de allí, lo que, según su experiencia como marinero, podría deberse a un achique indebido de una embarcación. Y señala allí a los dos máximos responsables del control de las actividades de la zona portuaria: la prefectura Naval Argentina y el consorcio Portuario Regional.

Pero la cuestión fue que, como era de esperarse, ciertos poderes no iban  a quedarse tranquilos a ver cómo Maturana continuaba con sus denuncias. Por eso, ahora atentaron contra su vida arrojándole un objeto de hierro en la propia zona denunciada, es decir la playa de redes. Por supuesto que hay testigos, y obviamente las cámaras de seguridad del sitio registraron el ataque. Dicen que el agresor es un tal Pablo Barbieri, según afirman en la zona, el testaferro de Franco, el que lleva a firmar los papeles y a conseguir los permisos. Y el que se jacta de cómo le firman lo que sea.

Responsables

Según la denuncia, es el jefe de Prefectura, Osiris Carlos López, quien debe seguir un sistema de gestión de calidad basado en normas internacionales para supervisar la construcción de buques, y el que construye Barillari no satisface los requisitos estipulados. El Consorcio Portuario se supone es el que le estaría permitiendo a la empresa utilizar un espacio que no puede ser usado para construir buques.

Claro que la denuncia complicó las cosas, y al prefecto López no le quedó otra alternativa que parar la obra. El equipo que trabajaba en la playa de redes fue trasladado por Barillari a otro de sus buques, el Euro II de Costa Chubut S.A. que está siendo preparado para la pesca del langostino.

El crecimiento de la empresa fue un ejemplo de prosperidad de la primera mitad del siglo XX. De aquel inmigrante italiano que vendía pescado fresco a las 4 de la mañana por Buenos Aires, el que celebró con sus hijos cuando pasó del carro de caballos a la camioneta con motor, poco queda. Con el transcurso de los años, los herederos comenzaron a comprar barcos fresqueros, cada uno con sus respectivos permisos de pesca, con un valor agregado muy alto.  La instalación de un astillero en el puerto local, una planta de procesamiento y dos depósitos en esta ciudad, dos plantas -una en Caleta Olivia y otra en Comodoro Rivadavia- e innumerables camiones con frío para el traslado de pescado, camionetas, autos e utilitarios para su desarrollo, fueron las claves en la construcción de un verdadero imperio.

Al momento de su concurso preventivo de acreedores, en noviembre de 2008, los bienes eran incontables. Pero actualmente, la sociedad detenta la posesión de muy pocos activos de los que fueran denunciados a la fecha del concurso, especialmente en lo referido a los rodados y a los buques. Literalmente desaparecieron: los principales y más valiosos activos sociales que constaban a dicha fecha, fueron licuados, disimulados o fruto de las más diversas maniobras, razón por la cual Franco Barillari fue denunciado por los demás accionistas, es decir la otra parte de su familia.

Las dificultades que se han tenido y se tienen aún hoy para obtener la exhibición y análisis de los libros de la sociedad, tanto contables como societarios, así como la falta de balances desde el año 2007, de actas de asambleas y de directorio que respalden decisiones vinculadas a la venta o desaparición de los bienes sociales, han sido parte de los obstáculos que la causa atravesó para llegar a un resultado. En este aspecto, las dificultades se vieron agravadas además por la reticencia de algunos de los responsables directos del directorio y asesores internos y externos para comparecer ante la UFI 9, sobre todo los profesionales responsables no accionistas.

Esta faena dolosa representó la estrategia de vaciamiento de la empresa, y perjudicó seriamente a accionistas familiares de la sociedad, el conjunto del 63,16% del capital accionario. El monto que involucra esta maniobra de vaciamiento es imposible de calcular en esta instancia, pero permite suponer un perjuicio que supera holgadamente varios millones de dólares, ya que incluye activos de valores muy altos, como barcos pesqueros, rodados de distinto tipo y clase, inmuebles de plantas y lotes circundantes tanto en Mar del Plata, como en Puerto Deseado y Comodoro Rivadavia.

Según los denunciantes, a esto se suma el producto de exportaciones por montos considerables en dólares, que fueron realizados personalmente por Francisco Barillari (alias Franco), que salieron del país en carácter de consignación, pero en realidad fueron vendidos en forma personal en los lugares de destino. Las divisas producidas ingresaron parcialmente al país por un mecanismo de subfacturación, por lo cual no figuran en los libros de la sociedad.

Una muestra

Por eso es que Barillari hace lo que quiere, como construir un barco donde le parece, por más que no se pueda, o que contamine medio océano. Si dejó a su suerte a miles de trabajadores precarizados, a quienes manipuló a través de sus gerentes con promesas fatuas, ¿como no va a poder hoy construir un barco de 1.5 millones dólares en la playa de redes del puerto de Mar del Plata, a la vista de AFIP, que sin embargo no ve nada? Está a una cuadra de las oficinas del Consorcio Regional Portuario Marplatense, al aire libre, rodeado de la basura que la encargada de la contaminación del puerto tampoco ve, y sin medidas de seguridad. Así hace trabajar a obreros sin antiparras, sin casco, sin guantes, sin barbijos, sin calzado de seguridad, en un área sin toma de agua para incendios. Se suelda con soldadoras que toman corriente clandestinamente de un cable conectado a una planta pesquera, que revende electricidad.

Porque Franco Barillari construye sus cascos sin estudio de impacto ambiental, porque a él nadie se los pide. Las autoridades portuarias avalan sus actividades ilegales por simple omisión, y le firman a su testaferro Pablo Barbieri cualquier papel sin controlar nada: ni la calidad de las soldaduras, ni el tamaño de los tanques de combustible, ni la ubicación del lastre, ni los motores de sala de máquinas, ni los diámetros de tuberías.

El ingeniero de la construcción es Marcelo Duarte, ex integrante del directorio de Barillari SA, que puede modificar el diseño sin control ni mayores consecuencias, aunque se sigan sumando siniestros por errores en la construcción de los barcos, que se siguen llevando la vida de los trabajadores desprotegidos en el agua.

Si dentro de algunos años hay una nueva catástrofe, y hay otros marineros muertos que no llegan a hacer uso de las medidas de seguridad, si mueren sin chalecos y con las botas de goma llenas a de agua, se hablará de la fatalidad, y de lo traicionero que es el mar, y de lo riesgosa que es la tarea del pescador. Nadie volverá a ver dónde construyó el poderoso su barco, ni quién lo diseñó. Y menos aun en qué condiciones se soldó ese casco, porque las firmas de la supervisión estarán en orden y aquí no habrá pasado nada.

Pero eso sí: si alguien se acerca a denunciar lo que en el puerto no se puede decir, si alguien habla de lo que no hay que hablar, tenga cuidado y mire para arriba. Tenga en cuenta que del cielo le puede caer un objeto de hierro, uno grande. De esos que se usan para hacer motores de barco.