Una jueza se jubiló, y recién entonces el sistema se enteró de que ella tenía 117 causas atrasadas. Ahora todos tendrán que trabajar mucho más, pero nadie se adelanta a decir que en todos los estamentos del Estado hay personas que cobran y no trabajan. Son todos ñoquis de categoría, de restaurante elegante.
Estas son las noticias que despiertan del enojo de todos los ciudadanos comunes, aquellos que están obligados a cumplir con sus tareas laborales para cobrar la remuneración acordada. Todavía más: los que desean tener una buena remuneración, ganar bien a cambio de determinada tarea se esfuerzan, se esmeran, creen que hay una relación directa entre sus esforzados amaneceres y los logros laborales.
Por eso se enojan cuando se enteran de que existen los ñoquis vip. No es para menos: esas personas pasan años de su vida durmiendo poco, o quizá levantándose a las cuatro de la mañana de por vida, como los enfermeros, los choferes de colectivos, la gente que verdaderamente tiene que ganar el pan con el sudor de su frente. Esos no pueden menos que enfurecerse al comprobar que si uno es miembro del Poder Judicial, es un trabajador, pero no le competen las generales de la ley, no cumple las reglas de cualquier trabajador. Un magistrado parece ser un privilegiado al que jamás echan por no trabajar, o por hacerlo poco. Parece que sus demoras enormes siempre están justificadas en que tiene mucho que pensar, y mucho que demorar, debida su tardanza a aquella condición salomónica de su tarea, cargada de una mitología interesante.
El juez siempre está ocupado, desbordado o con mucho trabajo. Y parece que en su caso siempre se justifica que haga las cosas cuando puede, y si es que puede. ¿Por qué razón el sistema permite que los privilegios indebidos se instalen in eternum? ¿Por qué nadie hace nada al respecto? Porque los ciudadanos comunes jamás tiene oportunidad de comparar las exigencias que rigen sobre ellos mismos para poder generar salario, y las poquísimas exigencias que reinan sobre los miembros del cuerpo de magistrados, que son verdaderos privilegiados del sistema: ellos trabajan, si es que pueden. Y si no pueden, no hay problema. Se esperará. En efecto, algunos trabajan tan poco que son casi ñoquis vip.
Plato principal
Tal es el caso de la desidia evidenciada por la ex jueza Adriana Mabel Sardo, quien alcanzó recientemente los beneficios de la jubilación, que se hicieron efectivos desde el 1 de febrero del presente año, ya que encima tuvo a favor la feria judicial.
Cuando la jueza se fue a su casa, obviamente le abrieron los cajones, y el arqueo de la situación del tribunal evidenció un franco atraso de las causas que habían quedado en manos de la señora. Sucede que ante cada litigio, se realiza habitualmente un sorteo que determina el orden en el que los magistrados de la Cámara deben expedirse. En este caso, ella tenía en su poder 117 causas atrasadas en las cuales, debido al sorteo, debía expedirse en primer lugar. Esto significa causas en las que efectivamente hay que trabajar: hay que redactar el fallo y sus razones. No alcanza con poner “concuerdo en todo con mi colega”.
¿Cuál es la consecuencia directa de todo esto, jubilación incluida? Primero que el puesto de la jueza permanece vacante, es decir que los otros dos integrantes del tribunal se verán sobrecargados de tarea, como siempre sucede: lo que no hace uno, lo debe de hacer otro. En este caso, cada una de esas 117 causas halladas en el arqueo han sido marcadas con una certificación en la que consta la fecha en la que se realizó el sorteo que ponía ese expediente en manos de la jueza, la fecha en la que la causa fue nuevamente remitida a la secretaría de la Cámara, y el juez que, siendo sorteado en segundo lugar, quedará a cargo de la redacción del fallo.
Son ahora los otros jueces de la Cámara los que deberán ponerle el cuerpo a la vagancia de la ex jueza. Ellos son Roberto Mora, a quien le tocará sacar adelante 55 causas, y Elio Horacio Riccitelli, que deberá trabajar sobre 62 cuestiones extra, además del trabajo que habitualmente hubieran tenido a su cargo. Sería necesario aclarar que, oportunamente, la Suprema Corte de Justicia de la provincia había elogiado la celeridad con que los jueces Mora y Riccitelli cumplían los plazos establecidos respecto de las causas en las que debían expedirse. Ese cumplimiento es el que ahora correrá serio riesgo de verse afectado, en virtud de que ellos deberán hacerse cargo del trabajo pendiente de la jueza ñoqui.
Obviamente esto obliga a un replanteo: nadie desea que esta situación heredada de la jubilación de Sardo afecte desmesuradamente la actividad del tribunal.
Es por eso que se solicita a la Suprema Corte de la provincia de Buenos Aires un plazo extra para que los jueces mencionados saquen adelante las causas cajoneadas por Sardo. Y el plazo solicitado deberá extenderse hasta el 30 de agosto, cálculo que se obtiene de contar que el trabajo extra –el que llega a los jueces gracias a la falta de actividad de la jueza- equivaldría al trabajo que deviene de diez sorteos sucesivos.
La pila de papeles
Los sorteos de causas para determinar el orden en que se expiden los jueces se efectúan semanalmente. Es decir que este trabajo acumulado sería superior al que implican dos meses intensivos. Pero además, como sigue vacante el puesto de la jueza, hay que considerar que cada uno de los magistrados mencionados resultará ahora sorteado en un tercio más de causas que las que hubiera tenido que evaluar hasta diciembre de 2013. Porque hasta esa fecha, la Cámara en lo Contencioso Administrativo estaba integrada con los tres magistrados que le corresponden.
A esto se agrega que la Cámara que tiene asiento en Mar del Plata cuenta con menor cantidad de personal que las similares con sede en San Martín o La Plata.
¿Qué van a hacer ahora? El tribunal indica que lo primero será privilegiar las cuestiones vinculadas con amparos, o aquellas causas relacionadas con temas sobre los cuales ya hay doctrina. Pero vale la pena sostener que -para que esto sucediera- una magistrada tuvo durante mucho tiempo la desidia de cajonear causas sobre las cuales se solicitaba un amparo judicial. Y no solamente cajoneó eso, sino que además hizo oídos sordos a otras cuestiones que dejó dormir en una pila de papeles. Por ejemplo, también postergó los litigios que la municipalidad de Bahía Blanca sostenía con la empresa de transportes Plaza, vinculadas con temas de incumplimiento de contrato en referencia al transporte urbano de pasajeros. Aparentemente, se trata de unas quince apelaciones a resoluciones de primera instancia, en las cuales la empresa había sido condenada a pagar sendas multas relacionadas con el incumplimiento del servicio que debía ofrecer a los habitantes de la comuna bahiense.
Pero hay también cuestiones relacionadas con solicitudes de indemnizaciones por parte de personal despedido de organismos públicos, y hasta el reclamo por una contratación directa de servicios de dragado, sobre lo cual no se había realizado la necesaria licitación de oferentes.
¿Qué dijeron los dos jueces que pagarán los platos rotos? Que van a ponerle el cuerpo para que la gente siga teniendo una “justicia eficiente”, pero siempre con “sentencias fundadas”, lo cual quiere decir que cada una de las resoluciones requiere el tiempo necesario para exponer las cuestiones jurídicas que sostienen cada decisión. Agregaron que van a requerir de la “paciencia de los litigantes”, obviamente, porque nada de esto se podrá hacer cumpliendo con los plazos esperables. Y el daño ya está hecho.
Sería oportuno que el cargo se concursara a la brevedad, para que la Cámara en lo Contencioso no estuviera desbalanceada ni sus magistrados recargados de trabajo. Sí. Pero mejor aún sería que existieran los necesarios mecanismos de control por parte del Estado, para que una jueza no pueda convertirse tan suelta de cuerpo en un ñoqui gourmet: el que cobra un dineral por mirar cómo se le acumulan las causas en los cajones y pasillos. Sería interesante que el control se ejerciera también sobre los jueces de Cámara. Porque en el mundo de los ciudadanos comunes, el que no trabaja, no cobra. Y el que cobró por no hacer nada, inmediatamente pierde su empleo.
Quizá sería bueno que los ñoquis – estos ñoquis más decorados, más aderezados con salsas estrambóticas y nombres más poéticos- recordaran que en el mundo hay mucha gente que trabaja de verdad, que cumple horario, que pone esfuerzo. Gente que se gana el sueldo. Gente que transpira cada centavo. Pero la gente común no suele ocupar lugar en el pensamiento de un ñoqui gourmet.