El mundo del delito | Un recorrido por la historia de un verdadero profesional del delito. Uno de los que no tienen escrúpulos a la hora de estafar, robar o matar porque ese es su modo de vida. Su biografía se escribe en hojas de expedientes judiciales, porque él vive de sacarle ventaja al crimen organizado. Se llama Maximiliano Maciel, y no cobra en billetes, sino en fajos.
Hacerlo. Volver a hacerlo. Hacerlo otra vez. Reincidir es volver a incurrir en error, falta o delito. Arrancar de nuevo una y otra vez. Personas que hacen una costumbre de aquello que saben es considerado deleznable. Pero viven así, reiterando.
Es que existen quienes repiten el error una y otra vez porque no parece haber para ellos otro camino: son los que no tienen más que ventanas por las que arrojarse porque nunca hay puertas que se les abran. Por supuesto que existen. Existen los desfavorecidos sin oportunidades, sin infancia, sin colegio, sin siquiera una voz que pusiera en sus oídos una palabra que se acercara al afecto.
Pero también están los otros. Los que son objeto de esta nota: los que hacen siempre lo mismo simplemente porque ése es su oficio, su ocupación habitual. El delito es aquello que saben hacer. La tarea con la cual se (¿ganan?) la vida.
Y los segundos se arrogan los derechos de los primeros. Es decir que los estafadores profesionales, los ladrones de oficio, los asesinos por hobbie o por encargo, los que ya tienen incorporados todos los secretos del oficio que ejercen, buscan camuflarse rápidamente entre los que habitan en el borde del sistema, decirse parte de los que se caen y cometen un error: dicen que son los que no aprendieron otra forma de vivir. Los profesionales del delito se agarran de lo que los pensadores de los cambios sociales opinan sobre un sujeto, que efectivamente no son ellos. Delincuentes que se resisten a ser estigmatizados por la figura de la reincidencia y reclaman un cambio para ellos, cuando en realidad son profesionales del crimen estructural, miembros de grandes bandas. Conocedores profundos de un oficio que no se detiene.
El caso que se toma aquí como ejemplo es cabal y paradigmático. Se trata de Maximiliano Maciel, contra quien la fiscal Andrea Gómez presentó requisitoria a juicio por un hecho acontecido en julio de 2013, el cual adelantamos, forma parte de una larga seguidilla de los delitos que constituyen su manera de vivir.
Los hechos acontecieron en la casa de calle Brandsen 4498 de esta ciudad, que era habitada por un matrimonio mayor: Rafael González y Mirta Ángela Paradiso. Los abuelos venían de una serie fatal de disgustos, porque en unos meses fueron objeto de cuatro intentos de robo: en el barrio se sabía que González era exmilitar, que estaba armado y dispuesto a disparar. Pero ese cuarto robo fue fatal.
Cuatro hombres vestidos de policías y armados llegaron a la casa, y Rafael los dejó entrar porque decían ser de la Policía Científica. Esa mañana había recibido un llamado telefónico de esa fuerza, donde le indicaban que recibiría la visita en el curso del día, ya que los oficiales debían investigar cuestiones vinculadas con el intento de robo que habían sufrido hacía diez días. Y hasta le habían dado los apellidos de los policías que irían, lo cual Rafael se había ocupado de verificar con su vecino lindero, que se hacía conocer en el barrio como investigador de la policía. El vecino confirmó las identidades y el abuelo se quedó tranquilo.
Ese día, el que entró fue Cristian Daniel Shiarkey, acompañado de tres hombres más que aún no se han identificado. Le dieron al anciano un culatazo, maniataron a la mujer, y terminaron con el hombre de un tiro fulminante para evitar que hiciera ninguna otra cosa. Luego de reclamar con insistencia los u$s 50.000 por los que habían ido, se tuvieron que conformar con $700 que la abuela tenía en el bolsillo y un teléfono celular. El dato era un fracaso.
El que había armado el plan era -en palabas de la fiscal- ni más ni menos que el vecino, Maximiliano Maciel, el que se hacía pasar por policía. Desde su cómodo lugar de hijo del inquilino de Misiones 420 había visto y escuchado a los abuelos, y había ganado su confianza. Había estudiado sus movimientos, y ante el rumor de que habrían tenido dinero guardado en la casa, salió a vender el ardid, según indicó un testigo de identidad reservada que llevó su declaración a la fiscalía. Maciel ofrecía la posibilidad de “hacer un trabajo”, alertando de que era una casa donde había armas. “Tenés que ser más rápido que ellos”, decía, quizá cargando sobre su experiencia los intentos de robo anteriores que el anciano había logrado repeler.
Así había llegado a conectarse con Shiarkey, un delincuente con antecedentes que no tenía problema en enfrentar a los ancianos. También se les unió Carlos Alberto Pucci, policía en actividad con llegada a la comisaría 4°, que fue quien hizo la llamada de ese día desde un locutorio, avisando a la pareja que iría la Policía Científica. También fue él quien se ocupó de que las denuncias sobre los robos anteriores -que efectivamente González había hecho- jamás prosperaran. No hay un papel sobre ninguno de los delitos, ni en la fiscalía ni en la Policía Científica.
Su banda policial
Pero Maciel no nació ese día, aunque se ganó en esa jornada la imputación como partícipe necesario en un homicidio críminis causa, que es quizá la figura legal más importante de las que le ha tocado enfrentar hasta ahora. Era el datero, el armador, el dueño del plan. De hecho había tenido tiempo de observar en la época que cumplía un arresto domiciliario por una grave causa que se investigó en la UFI de Delitos Económicos, hasta que un día decidió sacarse la pulsera y liberarse del control, tras lo cual nadie lo buscó.
Pero sus contactos en la comisaría 4° venían de lejos. De hecho este año fue sentenciado a 4 años y dos meses de prisión por participar de una asociación ilícita con personal policial de esa misma seccional. La banda también estaba integrada por el comisario José Luis Fuentes y el subcomisario Marcelo Ruiz, con Rubén Cagianesa y otros. Durante el lapso que va desde septiembre de 2010 hasta julio de 2011, ellos se ocuparon de labrar actuaciones penales falsas que generaban ciertos registros domiciliarios, donde se incautaban bienes y se procesaban personas. A través de denuncias que resultaron falsas o de declaraciones testimoniales también apócrifas, los integrantes de la banda llevaban a los magistrados al error, que terminaban involucrando a personas en ilícitos que no habían cometido.
La banda estaba integrada por seis policías del Gabinete de Prevención de la comisaría 4°, más cuatro civiles: uno de ellos es Maximiliano Maciel. Por eso el delito también incluye el cargo de falsedad ideológica de documento reiterada, comprobada en 15 hechos.
El caso fue descubierto gracias a la perspicacia del juez de garantías Juan Francisco Tapia, a quien le llamó la atención que en tantos pedidos de allanamiento o denuncias de supuestos ilícitos, se reiteraran unos nombres que o bien eran los denunciantes, o bien eran los testigos. Eran siempre los mismos los que estaban con los mismos policías. Por fin alguien que lee algo, y comprueba un delito contra la fe pública, que también es contra gente concreta: aquí hay personas que terminaron detenidas por cosas que no habían hecho, u otras cuyos domicilios fueron allanados sin que hubiesen cometido falta, sólo para dar la ocasión de robarles a ellos.
El actor
Pero esta tampoco era la primera causa que involucraba a Maciel. Él había sido parte de la banda de Juan José Secco, aquel que vendía propiedades inmuebles o coches diciéndoles a los incautos compradores que disponía de contactos en una fiscalía, y que propiciaba la compra de tales bienes antes de que fueran rematados. Por esa ventaja, los compradores sólo debían pagar el monto que reclamaba el acreedor.
La tentación era enorme para los clientes, que a través de una lista podrían acceder a tener un coche por un precio infinitamente más bajo que el del mercado. Y encima sólo tenían que pagar la mitad, ya que el otro 50% se abonaría en cuotas.
Maciel era parte del grupo que armaba la puesta en escena cuando se hacía la cita con el cliente en algún bar de la ciudad: él y un tal Marcos se presentaban diciendo que eran policías, chofer y custodio del fiscal Cubas, y que por esa razón podían dar este servicio que era “todo legal”.
Todo legal, porque tenían sellos y papel membretado con el cual podían elaborar el recibo oficial para aquel que entregaba el adelanto de un coche que jamás vería. El cliente recibía un recibo escrito y firmado por el supuesto fiscal en papel del Poder Judicial, y por lo tanto no dudaba que esta persona era el fiscal Cubas, a quien solamente le habían cambiado el nombre, cuando era interpretado por el delincuente actor.
Maciel fue detenido cuando uno de los estafados concurrió a tribunales a entrevistarse personalmente con el fiscal porque estaba cansado de esperar, y de que no le entregaran su auto. Allí, el verdadero Cubas se percató de la maniobra e hizo que citaran a “Maxi”, quien resultó finalmente detenido.
Allanado su domicilio de calle Belgrano al 6000, no sólo se secuestró un papel de uso oficial, sino también la PC en la que se encontraba la lista de los coches en venta, igual a la que habían consultado los clientes. El juicio abreviado se había llevado a cabo en 2010, y el resultado fue una sentencia de ejecución condicional.
Esta sólo es parte de la historia: una vida dedicada siempre a lo mismo, a delinquir. Este es el ejemplo de la reincidencia, la costumbre de vivir a costa de los demás, de los otros, de los pobres que trabajan. Y encima usar el tiempo de la detención domiciliaria, sólo para pensar en el nuevo plan y no perder la costumbre.