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Una sustancia que no se ve en suspensión, pero que tiñe en superficie. Dificultades respiratorias entre los vecinos. Ruido ensordecedor. Y un camino truncado para la solución. ¿Qué pasa en la Central 9 de Julio?

Mientras leemos este artículo, se está produciendo un hecho de fuerte afectación ambiental en Mar del Plata a la vista y oídos de todos, excepto de gran parte de la dirigencia política local en sus diferentes esferas públicas.

La emisión de gases y ruidos de gran dimensión por parte de la Central 9 de Julio ha puesto en estado de alerta a los vecinos de tres barrios de la ciudad ante la pasividad de los actores políticos que deberían tener algo que opinar y resolver en el tema.

En pleno corazón del puerto y en el corredor costero que lleva hacia el sur del Partido de General Pueyrredon, ubicado a muy pocas cuadras del centro comercial y la banquina chica, desde diciembre de 2022 la central eléctrica, que pertenece a la empresa Centrales de la Costa S.A. empezó a generar dificultades para la población.

Vecinos denuncian que se advierte la emisión de un gas con partículas granuladas. Y lo perciben en las casas, la piel y el sistema respiratorio; y ruidos que aturden porque superan lo admitido por los organismos sanitarios a nivel mundial para ser considerados soportables por nuestro sistema auditivo. De hecho, nadie los tolera.

Hace muy pocos días, a muy pocos metros de allí, una comitiva encabezada por el Gobernador Axel Kicillof, de la que participaban la directora nacional de ANSES, Fernanda Montoto Raverta, ministros, legisladores y funcionarios bonaerenses como así también concejales locales —pertenecientes al espacio del Frente de Todos— recorrieron el puerto y su zona comercial. Difícil que no hubieran notado algo de lo que sufre la gente de a pie, cada hora del día, desde hace más de un mes: la sustancia ennegrecida y el ensordecedor ruido de la 9 de Julio.

El ruido y la sustancia

Los ruidos y el hollín que emite la central eléctrica tienen un impacto directo sobre la salud de una amplia zona poblada de Mar del Plata que comprende —cuando menos— los barrios Punta Mogotes, Colinas de Peralta Ramos y Puerto, y junto con la disposición final de residuos, se constituye en otro de los verdaderos problemas ambientales de la ciudad.

La gente de estas zonas está al borde del ataque de nervios. Inspectores municipales con alcance en las derivaciones de conflictos de gestión ambiental de Inspección General midieron la generación de los ruidos y certificaron, en una casa en frente de la central eléctrica, 75 decibeles. Basta con circular en auto por la avenida De los Trabajadores, de ida o vuelta de la playa, aún con las ventanillas cerradas y la música encendida, para verificar de forma empírica la generación de esos ruidos.

Según la OMS, el nivel de ruido que el oído humano puede tolerar sin alterar su salud es de 55 decibeles. Y dependiendo del tiempo de exposición, ruidos mayores a los 60 decibeles pueden provocar malestares físicos. Lo normal, según cuenta Sol —la vecina que recibió a los inspectores que midieron el impacto— es de “8 decibeles antes de sufrir padecimientos como el dolor de oídos”, lo que de por sí resulta muy molesto en todas las edades.

Entre las consecuencias que puede tener una exposición a ruidos superiores a los máximos admitidos —en el plano de lo sostenido por la OMS—están el dolor de cabeza, taquicardias, agitación en la respiración, parpadeos acelerados, y también los músculos se pueden poner tensos. Algunos de esos síntomas están entre las personas que viven en esos barrios. Además de afectar de manera mayor a quienes sufren problemas del espectro autista.

No sólo la cuestión auditiva está impactada, también la respiratoria: muestra de esto, es que las personas encuentran mucosidad de color negra sobre los blancos pañuelos descartables cuando limpian su nariz, evidencia de que algo anormal está en suspensión en el aire.

Y también puede corroborarse en la piel, cuando al pasar el dedo sobre un brazo se descubre una sustancia oscura de densidad aceitosa. Lo mismo pasa sobre los autos, en los picaportes de las puertas de las casas, en el piso dentro y fuera de los hogares. O en los pies de los niños que gustan de jugar descalzos en sus patios.

Las falencias

A los vecinos que se contactaron con Centrales de la Costa S.A. les dicen que los ocho equipos que tiene la Central 9 de Julio están funcionando con vapor o gases. Pero ellos no les creen, porque la evidencia del hollín da cuenta de algo distinto, que tanto Sol, Graciela o Lucía —entrevistadas en diferentes momentos en la FM 99.9— no dudaron en apuntar como «diesel o full diesel».

Rumores hay muchos. Desde la existencia de una turbina de avión modificada —especulación que resultaría compatible a la del combustible pesado—, hasta la falta adecuada de barreras sonoras. Por otro lado, cuentan los vecinos que operarios que trabajan en el lugar han relatado la existencia de roturas en los techos, por donde se filtrarían estos ruidos.

La Central 9 de Julio está operativa, por estos días, para compensar la parada técnica de Atucha II. Pero eso no la exime del cumplimiento de las normas. Para colmo de males, no hay demasiadas vías de solución inmediata.

La trampa

El entuerto es jurisdiccional en Mar del Plata: mientras los problemas ocurren en la ciudad, las diferentes esferas del estado con asiento en el territorio impiden la resolución de conflictos. Y la burocracia aporta lo suyo, como de costumbre.

Al respecto de esto, el camino para una eventual solución en el caso de la Central 9 de Julio parece simple, pero en los hechos no lo es. Habría que contar los hechos mediante un email dirigido a la casilla de un ingeniero que tendría vinculación con Centrales de la Costa S.A. Como se dijo, en los tiempos actuales suena como algo lógico, sencillo y de rutina. Pero, luego de varios correos electrónicos, nada vuelve como respuesta.

No se sabe si el mencionado ingeniero está en servicio, si se encuentra de vacaciones y por ello no responde, si la casilla está colapsada y no se entera que están intentando comunicarse con él, nada. Silencio absoluto.

Esto que pasa en estas circunstancias con Centrales de la Costa, una empresa cuya participación mayoritaria es estatal y dentro de ese marco la participación es abrumadoramente provincial, es similar a lo que ocurre en otras zonas de Mar del Plata donde se cruzan las jurisdicciones del estado.

Un ejemplo claro es La Rambla: destrozada desde hace años, pero con la clara intención del municipio de ponerla en valor. De hecho, la comuna opera sobre el lugar en el que lo tiene permitido, pero se topa con el impedimento de poder trabajar sobre lugares que pertenecen al área de Turismo de la Provincia de Buenos Aires que, paradójicamente, debería ser el actor político a cargo de reparar las veredas. Encima están las áreas concesionadas con permisionarios que no cumplen pero a los que, si uno de los poderes concedentes apaña, impide al otro de interferir demasiado, por no tener jurisdicción sobre el lugar. Ergo: muy poco se arregla.

Otra muestra de la problemática de las jurisdicciones son los accesos de la ciudad, como el de la Autovía 2 o la ruta 11 Norte: pastizales crecidos y luminarias rotas sin avance en la mejora. Circular los últimos kilómetros antes de llegar a «La Feliz» es como ingresar a un túnel negro sin otra luz que la de los vehículos que vienen de frente. Ni las líneas sobre el asfalto se notan con nitidez. En el medio, un concesionario vial por un lado y Vialidad provincial por el otro. ¿Resultado? Los espacios que debieran recibir al turista se encuentran —en la mayor parte del año— avasallados por la desidia.

Y ahora, este otro caso de los ruidos y gases de la central eléctrica desde hace más de un mes, con afectación directa sobre la salud de la población y sin que se conozca la existencia de algún estudio de impacto ambiental reciente que determine si el lugar es indicado o si, en caso de no haber posibilidad de cambio, se tuvieran que realizar obras para adecuar la usina y evitar la polución.

La maraña de actores cruzados hace que, cuando algo se inaugura o se anuncia alguna obra, todos sean parte de la foto y del sándwich en el lunch, sin importar aportes sobre los logros. Pero sí de problemas se trata, no queda ni uno, y la pelota va de una banda a la otra como en un macabro tablero donde al que lo toca o lo roza queda manchado o eliminado.

En Mar del Plata, en pleno transcurrir del siglo XXI, aparecen problemas que podrían haber sido zanjados décadas atrás. No es porque no haya tecnología, herramientas o conocimiento para superarlos. Falta ganas y vocación para involucrarse en la búsqueda de respuestas, mientras sobra la especulación política: nadie quiere pagar el costo cuando las cosas no son fáciles de solucionar y conllevan decisiones antipáticas para distintos grupos sociales o poblacionales.