Los cuasi eternos figurantes de la Argentina democrática ya advierten que «este es el 2011 del PJ». Luego de setenta años, la alianza de izquierda urbana y el conservadurismo de provincias que armó y sostuvo su poder en los años del «fraude patriótico», advierte su final.
Esto ocurre mientras el grupo mesiánico que se envuelve en la libido que le provoca la retórica de la vicepresidenta de la nación proclama aterrorizado «o nos unimos, o desaparecemos».
Los jóvenes votantes del kirchnerismo, conquistados a costa del patrimonio de la nación, huyen en masa para seguir al nuevo freak de la política argentina, Javier Milei. El anticipo de Mauricio Macri de «veo el ballotage entre Miley y JxC» comienza a ser el puntal de análisis de todos los escenarios políticos.
Un peronismo en tercer lugar, devaluado hasta su misma esencia discursiva por un audaz que va más allá de todo lo visto, alimenta una idea ficcional de felicidad en la Argentina: la convertibilidad. Es un imaginario que pulsa por un extremo populista: dolarizar a como dé el primer día de gobierno —en contra de toda regla legal— y un combate a contra la inflación a empujones. Faltaría el anuncio de una cárcel para 40.000 delincuentes al igual que la de El Salvador, y se completa la triada mágica que asegura la felicidad inmediata y eterna.
Recientemente, Darío Lopérfido publicó una extraordinaria nota en Newsweek en la cual responsabiliza a los votantes de la fórmula Fernández-Fernández del peso que la angustia por el deterioro de la nación sienten sobre sus hombros todos los ciudadanos del país. En el debate que se desató tras la publicación, participó sesudamente Roberto Cachanosky quien, en su cuenta de Twitter, publicó: «Decir que la culpa de nuestra decadencia económica es de los políticos, es algo que prende como toda frase populista que inventa un enemigo, pero falsa. No habría oferta de populismo político sino hubiese demanda de populismo político. La responsabilidad es de los que los votaron».
La auténtica batalla, no es con lo pauperizados —planeros, tal como se los suele descalificar—, quienes en su inmensa mayoría son víctimas de un sistema perverso que crea pobres para así sostener estructuras parasitarias que viven del presupuesto público sin solucionar nada, sino con los miembros de la clase media que hacen del vivir del Estado una razón de vida: están dentro del presupuesto público, perciben salarios que superan al promedio en el sector privado, y arman estrategias de apoderamiento de valor en toda la cadena trófica del sistema estatal.
¿Son los únicos? No. Hay enganchado a esto un esquema que se sirve de estas estructuras para ganar fortunas: son los que el ex presidente Macri describió diciendo: «a todos les parecía bien mi planteo de cambio hasta que llegaba la frase reveladora: “con la mía, no”».
Nunca fue de ellos. Es el dinero de la sociedad. No es cierto que no hay plata en Argentina. Plata hay, pero se la roban.