Los que comprenden el tráfico de divisas más allá de la cuestión meramente económica, saben que el alto precio del dólar es un artificio monetario, signado por la cuestión política. Sobre un escenario de desesperación, distintos actores confluyen para agitar la idea de la violencia como un instrumento ante la crisis.
Quizás el más obvio de estos actores sea el titular del dicasterio papal, Juan Grabois. Su incitación a la violencia no fue sólo una insinuación, sino que habló de derramar la sangre de “gauchos y gauchas” por un cambio político que ponga de rodillas a los que llama “sectores de poder” a quienes, en su interpretación, les rinde tributo el presidente de la nación.
Amén de que es imposible que ni gauchos ni gauchas militen jamás en su agrupación política, sus palabras, llamando a un derramamiento de sangre, no deberían pasar desapercibidas. Sin embargo, el único dirigente político que interpretó de manera correcta el tono de estas declaraciones y lo que éstas significan, fue Miguel Ángel Pichetto, quien pidió al Papa que expulse de inmediato a Grabois de la institución vaticana.
Es obvio que al respecto de este tema, Jorge Bergoglio no ha dicho nada. El amigo fraterno de Raúl Castro elige callar. Y, sabido es, que quien calla otorga.
Las palabras de Grabois no son una mera balandronada: abundó —en lo que se presentó en C5N como una aclaración en su visión, pidiendo que el presidente actúe para que los millones que están en las silo-bolsas —que, en sus palabras, “son los granos que salieron de la tierra de la patria”—, sean puestos, a como dé lugar, a la venta para su exportación y el pago de imposiciones tributarias.
No estuvo sólo en su prédica de odio hacia el campo y los sectores productivos: un corifeo lanzado desde el Patria fue por la misma vía, con el sesgo de insistir que la producción es “del pueblo”. No en vano el titular del Dicasterio para el Desarrollo Humano habla en estos términos: es la idea del poder del Estado sobre los individuos. Si tuvieran a las fuerzas armadas a su disposición, la conculcación de tierras y el apoderamiento de la producción, serían un hecho. La intención está, en la era equivocada.
Hoy, ante la cruel invasión rusa a Ucrania, está necesario tener presente el “Omolodor”, un término que describe la hambruna forzada, impuesta por Stalin y Beria, a los ucranianos en la década de 1930 para dominar así la tierra y colectivizar la producción. No hay distancia entre un modo de accionar criminal que llevó a la muerte por inanición, según diferentes estimaciones, cuando menos a tres millones de personas.
La comparación no es caprichosa: en otro escenario, las redes, a diario hay quienes se preguntan “¿y? ¿cuándo salimos?” Algunos más conocidos que otros, expresan a una franja pequeña pero insistente que pide violencia para enfrentar este momento. El consultor y politólogo Guillermo Raffo se preguntaba en Twitter cuál era la opinión de una reacción como la toma de la Bastilla, o la Rusia de 1917.
Durante 2020, en plena pandemia, cada vez que la sociedad que clama por un cambio tuvo que manifestarse, lo hizo en paz y envuelta en banderas argentinas. La violencia no es una opción para el ciudadano de a pie que sabe que, de un modo u otro, por ese camino tiene todo para perder.