No es la antigua pregunta que formulaba en su espacio televisivo Carlos Balá, aquella que abarcó a tres generaciones: “¿qué gusto tiene la sal?”, sino el motivo de la mayor cobertura periodística metropolitana y por ende nacional sobre el apego de la sociedad argentina a las leyes y a comerciar en un contexto acorde al cumplimiento de las mismas.
La feria conocida como La Salada pone en foco y cuestiona todo el orden jurídico vigente en nuestro país. La Salada nació, según Sebastián Hacher, autor del libro “Sangre salada”, en 1991a partir de un grupo de inmigrantes bolivianos liderados por un ex policía andino, Gonzalo Rojas Paz, quien buscaba un lugar para que su gente se pudiera reunir tranquila a comprar y vender la mercadería de contrabando que llega desde el norte. Los iniciadores alquilaron uno de los galpones, y allí, alrededor de la pileta vacía, se juntaban a comer chirrarrón y tomar cerveza. Ese es el germen de lo que luego devendría en La Salada, la feria textil más grande del país.
En tanto Gonzalo Rojas Paz moría ahorcado en una celda de la policía bonaerense en circunstancias como mínimo extrañas, dos individuos comenzaron a hacerse fuertes, fueron socios y hoy son rivales: el ex zapatero Jorge Castillo, figura mediática, y el menos conocido Quique Antequera, de origen paraguayo, que en los noventa importaba camisas marca Polo Ralph Lauren de contrabando desde Paraguay.
Hoy La Salada está en el centro de la escena por crímenes, desalojos compulsivos y la ausencia ominosa del Estado. Una investigación publicada en la revista Perfil este fin de semana revela que dentro de uno de los espacios comerciales que componen La Salada Urkupiña funciona una policía paralela, que impone el orden por medios extremos en absoluta impunidad. Tal como se relata en la nota, mecheras, carteristas y descuidistas de todo tipo son detenidos por horas o días ilegalmente, incluso sometidos a torturas, por los integrantes de esta organización que funciona bajo la fachada de Vae Soli Seguridad, manejada por ex policías y ex penitenciarios, con la concupiscencia de las autoridades policiales del lugar.
Los muertos no son negocio para nadie; considerados más bien una torpeza, atraen atención mediática y por consiguiente política y judicial, y perjudica el negocio, que por sobre todas las cosas es un negocio inmobiliario de venta de espacios. Cuánto dinero se mueve allí es todo un interrogante. Jorge Castillo dice que la feria mueve más de 300 millones de pesos por semana, ya que hay 40.000 bocas de expendio y cada uno puede calcularse que maneja alrededor de 6.000 o 7.000 pesos de venta. Y esa cifra se circunscribe a una sola feria. ARBA intenta colocar orden en lo que allí ocurre, pero el ambiente no es precisamente propicio. La Salada expresa el fracaso, el retroceso del Estado argentino basado en un discurso destructivo de la idea misma de la organización social y legal como actor central de la vida de las naciones. Ese retroceso no es el fruto del olvido o la falta de leyes, sino de un modo de hacer política que busca el deterioro del marco legal como instrumento de poder y dominación. Está a la vista.