Se ha dicho hasta el cansancio que la historia suele repetirse en forma de broma. Dicho esto, daría para creer que la presidencia de Cristina Fernández viuda de Kirchner ejecuta el mismo paso de baile que el de otra mujer que también presidió la Argentina, María Estela Martínez viuda de Perón.
El 7 de julio de 1975, la viuda del General presidía la cena de camaradería de las Fuerzas Armadas; a su lado, Videla, Massera y Fautario, este último, jefe de la Fuerza Aérea desplazado del cargo en diciembre del mismo año luego del alzamiento de otro brigadier, Orlando Capellini, por Orlando Ramón Agosti. En esa cena se vivió, para el observador atento, un momento que claramente reflejó el estado de situación del poder en la Argentina. En aquella ocasión, y transmitido por la cadena nacional, se pudo advertir el momento crucial en que la Presidenta constitucional de la Nación se dirige a Videla, a la sazón Jefe del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas, y pregunta: “¿Ahora puedo?”. Fue esa una pregunta pequeña, quizá insignificante, que reveló a todos y en su completa dimensión la identidad de los verdaderos detentadores del poder público en el país: quien debía representar al pueblo en su investidura por el poder de los votos, pedía permiso para hablar a un subordinado suyo. Nada quedaba por hacer, sólo aguardar el final, ante la indiferencia de una sociedad que reclamaba el reestablecimiento del orden a como diera lugar.
El ascenso resistido de César Milani a la conducción del Ejército argentino tiene notables paralelismos con aquel momento. En 1975, la trágica comprobación de que el poder político de las urnas se había licuado; en la actualidad, asistir al hecho de que contra toda lógica, un militar denunciado por graves violaciones a los derechos humanos, cuestionado por el CELS, por Madres Línea Fundadora y por el Premio Nobel de La Paz Adolfo Pérez Esquivel, asume con acuerdo del Senado a un cargo de tan alta relevancia. Salvo la UCR, que se pronunció en bloque negativamente, y sumó una denuncia por espionaje interno atribuida al propio Milani por el senador Gerardo Morales, la cuestión no tomó alta temperatura social.
Queda, insistimos, para el observador atento, un damero de análisis posibles. Milani es teniente general del Ejército argentino con cuestionamientos que, en otros casos, hubieran implicado estar en prisión a la espera de un juicio, como les ha sucedido a muchos de sus camaradas de armas. Sin embargo, Milani ha sido aupado por Hebe de Bonafini, quien horas después de llevarlo a la Fundación de Madres, recibe la buena noticia de que el Gobierno se quedará con la Universidad de las Madres y aportará doscientos millones de pesos para poner la casa en orden. Curiosa coincidencia en el tiempo. A su vez, el presupuesto de Inteligencia recibe la friolera de 1.325 millones de pesos adicionales para el operativo Escudo Norte, que se despliega por la frontera de Paraguay y Bolivia, a cargo de Gendarmería, fuerza de seguridad que tiene su propia jefatura y su propia estructura de funcionamiento.
Y una pregunta que corre por todo el andarivel político: ¿qué sabe Milani? ¿Qué secretos posee, cuya obtención le dio la llave para arribar a la cima del generalato y asumir recibiendo de la propia Presidenta los fastos de dicho cargo? Fue visiblemente un acto en silencio, sin discursos, sin tonos en alto respondiendo a crítica alguna. Se vio a una Cristina lejos de su eje habitual, una mandataria que ha llevado hasta los extremos una batalla política por una designación que la desgasta y no le suma, pero que deja instalada la idea sensación de que este nombramiento tiene directa relación con un temor oculto. Y la pregunta inevitable es: ¿temor a qué?