Finalmente, el presidente de la nación más significativa del planeta, Barack Obama, lanzó un programa de sustitución de carbón en usinas térmicas con el objetivo de dar un mensaje crucial a la lucha en contra del calentamiento global. Esta política está destinada a tener impacto no sólo sobre su nación; también lo hará sobre las políticas públicas de China, segundo responsable del calentamiento global por emisiones de CO2 a partir de la utilización del carbón como material térmico para generar energía.
La Agencia de Evaluación Ambiental de los Países Bajos anunció que un estudio preliminar había indicado que las emisiones de gases de efecto invernadero de China para el año 2006 habían superado las de los Estados Unidos por primera vez. La agencia calculó que las emisiones de CO2 de China a partir de combustibles fósiles habían aumentado un 9% en 2006, mientras que las de los Estados Unidos habían caído un 1,4%, en comparación con 2005.
La Primera Agencia de Comunicación Nacional de Cambio Climático de la República Popular de China calcula que las emisiones de dióxido de carbono en 2004 habían aumentado a aproximadamente 5050 millones de toneladas métricas, con las emisiones totales de gases de efecto invernadero alcanzando cerca de 6,1 mil millones de toneladas equivalentes de dióxido de carbono. En 2002, China ocupó el segundo puesto (después de Estados Unidos) en la lista de países por las emisiones de dióxido de carbono, con emisiones de 3,3 millones de toneladas métricas, lo que representa 14,5% del total mundial. Sin embargo, debido a su tamaño enorme de población (la más grande del mundo), sólo clasificó 99 en la lista de países por las emisiones de dióxido de carbono per cápita, con unas emisiones de 3,2 toneladas métricas por persona (frente a 19,8 toneladas métricas por persona en los Estados Unidos). Además, se ha estimado que alrededor de un tercio de las emisiones de carbono de China en 2005 se debieron a la fabricación de los bienes exportados.
Obama coloca así la primera piedra de un muro fenomenal para cambiar la tendencia global. El llamado Plan de la Energía Limpia supone un recorte del 32% de las emisiones de sus plantas energéticas para el año 2030 con respecto a los niveles de 2005, y el aumento de hasta un 28% de la dependencia de las energías renovables. Para su ejecución se prevén incentivos, la creación de un mercado donde se permita el intercambio de recortes a cambio de beneficios fiscales, o donde se adquieran licencias para contaminar por encima de los límites impuestos.
Falta mucho aún para que el cambio sea una realidad palpable, toda vez que en la contienda política interna de los Estados Unidos, los dirigentes republicanos, que mayoritariamente niegan el cambio climático, repudian esta decisión, señalándola como irresponsable. Quien allí prevalezca estará trazando las líneas directrices para el cambio que el mundo necesita, o sellando la catástrofe.