Greenpeace nació en respuesta a las pruebas nucleares que Estados Unidos llevaba adelante en territorio canadiense. Nacida en Vancouver, se posicionó globalmente impulsando el relato de que las explosiones provocarían terremotos y tsunamis.
Se trata de una organización del tercer sector que se financia de modo directo a través de los aportes de su público, al que llega habitualmente impulsando campañas de oportunidad. Un ejemplo claro es el proyecto de prospección que busca yacimientos de gas y petróleo en el océano atlántico, a 430 km de la costa bonaerense y al que Greenpeace se opone aduciendo que la explotación petrolífera offshore es sinónimo de derrames y desastres naturales. A esta falsa retórica se han sumado de manera reciente tanto el intendente de Mar del Plata, Guillermo Montenegro, como el obispo de la ciudad, Gabriel Mestre.
La poca información al respecto de Greenpeace hace pensar que debe existir en algún lado un libro negro de la misma. De hecho, sus fundadores iniciales se alejaron en medio de varias denuncias. Por ejemplo, Patrick Moore al renunciar expresó: «me he sentido incómodo desde que las razones de la ciencia han sido dejadas de lugar para ser reemplazadas por las de la propaganda». Agregó: «la desinformación y el miedo era lo que usábamos para promover nuestras campañas». La gota que colmó el vaso para él fue cuando la multinacional ecologista intentó prohibir el cloro en todo el mundo, una decisión que califica de «absurda», resaltando que, al día de hoy, aplicaciones como añadirle algunas gotas del químico al agua para volverla potable han supuesto grandes avances en materia de salud pública.
En el último tiempo, The Washington Post ha publicado un artículo firmado por Moore en donde este se manifiesta de manera muy favorable con respecto a la producción de electricidad mediante la fisión del átomo. De esta manera, el expresidente de Greenpeace Canadá se sumó a la orquesta de los pro nucleares de origen verde, cuya figura más emblemática es el científico británico James Lovelook, el creador de la «Teoría Gaia». Moore hace un encendido elogio de la energía nuclear y, lo que un día pensó que podría llevarnos al «holocausto», hoy lo considera una bendición para salvarnos «del cambio catastrófico del clima». Lo negro lo ha convertido en blanco y le reclama al movimiento ecologista mundial «poner al día sus opiniones».
En su artículo, Moore hace un repaso de los problemas de la energía nuclear —la seguridad, el terrorismo, las armas nucleares o los residuos de alta actividad— y los deja reducidos a inconvenientes asumibles ante el cambio climático. Los denomina simplemente «mitos de la energía nuclear». Con respecto a las armas, Moore argumenta que el mayor genocidio de las últimas dos décadas ha tenido lugar en África con un millón de muertes y se realizó con machetes, y no con bombas atómicas. Léase: la matanza de Ruanda promovida por un sector de su población agitada por intereses políticos en pugna entre Gran Bretaña y Francia.
Tal como dice Moore: «No necesitas un doctorado en biología marina para saber que es bueno salvar a las ballenas de la extinción, pero cuando estás analizando qué químicos hay que prohibir necesitas saber algo de ciencia».