Guerra en Ucrania: ¿el fin de la era Putin?

Un profesor de la Universidad de Chicago, John J. Mearsheimer, conocido teórico de Relaciones Internacionales, ha publicado un artículo en el que anuncia una ruptura del frente ucraniano y una consecuente derrota de Kyiv. Celebrado por los pro putinistas, sus palabras son motivo de un alto debate y tomadas como si provinieran de la fuente de la absoluta verdad.

Así como Henry Kissinger, Mearsheimer pide equilibrar el poder dándole al zarato ruso lo que pretende: esto es, que el Donbas y Crimea. Las razones del catedrático —que, nada indica que alguna vez haya estado en Ucrania— son argumentos de academia, basadas en estructuras de pensamiento que se limitan a rechazar el poder de Washington, un deporte que está muy de moda en los Estados Unidos.

Corrientes aparentemente contrarias, progresistas y la derecha republicana, retoman el concepto y el discurso de «America first», que fue empleado en los años de la primera guerra mundial y luego fue el slogan de los nazis en Estados Unidos, un movimiento del que poco se habla y que tuvo gran importancia, en particular en los estados del sur en donde el Ku Klux Klan llegó a tener cuatro millones de seguidores. Detalle nada menor: el padre del controversial ex presidente de EEUU, Donald Trump, fue detenido en las proximidades de una marcha del Klan en 1927.

Existe, de hecho, una corriente aislacionista que está inserta en la cultura de Estados Unidos. Decir, desde la cátedra, que habrá una derrota humillante, no es más que teoría abstracta. Lo cierto es que la caída del muro de Berlín marcó el ritmo de los acontecimientos y llevó a la disolución del impero soviético que Vladimir Putin pretende restaurar. Hablar de derrota catastrófica, dada la situación que se da actualmente tanto en Crimea como en el Donbas, es no estar apegado a los hechos y seguir a ciegas las propagandas del Kremlin.

En su columna en Clarín, el periodista Marcel Cantelmi, bajo el título «Los ruidosos mensajes de la OTAN que aturden al Kremlin» señala que «El ocaso de la etapa lo acaba de pintar de modo brutal la primera edición de julio de The Economist con un rostro de Putin en la portada desintegrándose de a pedazos y la oreja izquierda muerta, caída sobre el hombro. Es lo que el bufón le gritaría al zar ruso». Lejos de la nota de color, el párrafo más relevante señala: «La Alianza occidental, entre tanto, ha crecido como una formidable maquinaría militar apuntando al principal escenario de la disputa por la hegemonía mundial en el Asia Pacífico. Putin ha sido así el socio involuntario de los halcones occidentales que ven a China como el enemigo a batir y han hecho la gimnasia necesaria con la absurda guerra sobre Ucrania. En Vilna, por cierto, los invitados especiales fueron Japón, Australia, Surcorea y Nueva Zelanda. los rivales de China en el Asia-Pacífico, el espacio que la potencia reclama como intocable».

No es relevante ni para la historia ni para los objetivos políticos de ambos bandos en pugna si el cierre de las hostilidades se da en 2023, o en 2024. Sí lo es para los ucranianos asesinados en nombre de una idea de poder que, en los hechos, por el sólo imperio de las armas, el zarato ruso no puede sostener.