En la editorial del 9 de febrero exponíamos el impacto global que provocaría el coronavirus detectado en China, en la región de Wuhan. Para ese momento, en Argentina el impacto parecía demasiado lejano para los medios, en particular los de la metrópolis, que acotaron la comunicación denominada “nacional” en el drama del asesinato de Fabián Sosa a manos de un grupo de jóvenes en una noche de locura y muerte en Villa Gesell.
Lejos de ese provincianismo obsesivo —que muchos argentinos leen como una maniobra de distracción concertada con las autoridades actuales, cuyo objetivo sería alejar de la atención pública los aspectos centrales del manejo económico del país—, las redes —ese actor clave en la comunicación del siglo XXI— no dejaron de traer, a quien quisiera saber, la información al respecto.
Eso sí: se enfocó en la construcción, en el tiempo récord de 10 días, de un hospital para 10 mil personas en Wuhan. En paralelo, ganaba espacio en el mismo esquema de información la idea de un virus de diseño que escapó por accidente de un laboratorio, un dislate parecido al de la falaz vinculación entre el autismo y la aplicación de la vacuna triple. La fantasía y el rumor siempre ocupan espacio que se deja librado cuando la información se restringe y no se abre a la sociedad en su conjunto. Hoy el mundo se interroga y sobre expande impacto de las noticias con imágenes que, si bien hablan por mil palabras, impulsan conductas erróneas.
Un caso claro es el del uso de barbijos, cuyo valor se dispara en cada ocasión que estas situaciones se producen, como pasó con el virus H1N1 en 2009. En esa ocasión, en Mar del Plata, el ex intendente de la ciudad, Gustavo Arnaldo Pulti, y su secretario de salud, Alejandro Ferro, fueron quienes impulsaron el uso del barbijo, provocando una crisis de abastecimiento y una disparada del valor exorbitante.
La organización panamericana de la salud señala al respecto: “Actualmente, se ha comprobado que la vía principal de transmisión de persona a persona del nuevo virus de gripe de tipo A (H1N1) son las microgotas respiratorias, que se expulsan al hablar, estornudar o toser. El uso del barbijo permite que una persona con síntomas de tipo gripal se cubra la boca y la nariz, lo que ayuda a contener las microgotas respiratorias, una medida que forma parte de la higiene de la tos. Sin embargo, si una persona no está enferma, no hace falta que use barbijo. Es recomendable que lo utilice el enfermo o la persona con síntomas para proteger a los demás. Una medida de mayor eficacia para prevenir el contagio es evitar tocarse la boca, la nariz y los ojos hasta tanto no se higienice las manos”. Hay un virus nuevo, pero no estamos en el Medioevo o en los finales del Imperio Romano. La ciencia tiene las herramientas para hacer frente a esta crisis, y debe ser puesta en su lugar por los medios. La comunicación efectista y sesgada genera un pánico innecesario y cruel.