El paso de Alberto Fernández por la asamblea del G20 en Roma, su reunión privada con Jorge Bergoglio en el Vaticano, y sus reuniones con la directora del board del FMI, sólo dejaron palabras amables. Por décadas, el FMI fue la excusa de los gobiernos para impulsar políticas que le dieran a sus respectivos países sustentabilidad económica. También, fue el filón que usaron las izquierdas —y en Argentina, el peronismo, en sus infinitas variantes—, para derribar a sus oponentes políticos.
El presidente argentino, en los tres minutos que se le concedieron para expresarse en la cumbre del G20, atacó el préstamo concedido por el FMI a nuestro país. Culpó a Mauricio Macri de condicionar la economía y el futuro de los argentinos, al tiempo que pidió una reducción en los intereses de la deuda. Fue una intervención perfectamente esperable.
Cuando, en 2005, Nésto Kirchner pagó íntegramente la deuda con el FMI, la decisión se vendió como parte de un plan de desendeudamiento de objetivos soberanos. El costo crediticio estándar de los préstamos del FMI es del 4% anual. Argentina, en cambió, pasó a tomar crédito de Venezuela al 17% anual. Parte de esos créditos han tenido importantes retornos, de los cuales aún no hay elementos de prueba jurídicos, pero sí muchas expresiones políticas.
La idea de que se tomó el crédito para fugar capitales, se salda con los hechos: tres de cada cuatro dólares fueron a pagar la inmensa deuda que dejó Cristina Elizabeth Fernández al término de sus ocho años de gobierno. Un dato para tener en cuenta, es el caso del acuerdo con el Club de París, que cerró en tiempo express Axel Kicillof a una tasa del 9% anual, y sin quita de intereses, tema del cual no se habla.
El gobierno actual juega con fuego, y se va a quemar. El embajador designado de EEUU ante la Argentina dijo, en el senado de su país: «la deuda con el FMI, de 45.000 millones de dólares, es enorme. Y es responsabilidad de los líderes argentinos elaborar un plan macro para devolverla, y aún no lo tienen […] Dicen que pronto viene uno». Marc Stanley no se quedo ahí, agregó: «Argentina todavía no se ha unido a Estados Unidos para presionar por reformas significativas en países como Venezuela, Cuba y Nicaragua».
La foto casual con Joe Biden no cambiará nada, por más que el gobierno busque presentarlo como una reunión. Fue un cruce en un ámbito común, y obligado por las circunstancias. Si falta entender, las palabras del nuevo jefe del comando sur de Estados Unidos son relevantes en este contexto. Laura Richardson, la primera mujer en la historia militar de Estados unidos en llegar a tan alta jerarquía, en su discurso de elevación al cargo expresó: «Acá estamos en un vecindario. Trabajamos codo a codo para asegurar este hemisferio. Quien se oponga a nuestra seguridad, a nuestra prosperidad o la de nuestros aliados, tiene que enfrentarse al Comando Sur».