Desde este medio sostenemos que, si hay hambre y muerte en el mundo actual, dado el nivel de avance al que ha llegado la humanidad, es porque hay detrás de ello un gigantesco negocio protagonizado por actores concurrentes.
En 2019, el mundo se conmovió con la gran película de NETFLIX “El niño que domo el viento”, opera prima de Chiwetel Ejiofor, basada en el libro de William Kamkwamba y Bryan Mealer. La historia relata cómo un niño logra romper el círculo de negatividad de su cultura y de su aldea, anche su familia, al construir, con elementos precarios, un molino de viento, el cual le permite obtener el agua que necesita para dar vida a cultivos propios, y así romper el círculo del hambre y mendicación alimentaria en la que vivían.
Malawi es una nación africana de las más pobres del planeta, con una tasa de incidencia en SIDA pavorosa y escasos recursos propios. Recientemente Naciones Unidas dispuso un programa de ayuda a Malaui de ciento cuarenta millones de dólares. La ayuda se reparte del siguiente modo: asistencia alimentaria $135.045.868, insumos agrícolas $1.594.600, salud $2.931.143, nutrición, agua y saneamiento ambiental, educación, protección de la infancia (UNIFEC) $3,539,900, coordinación de la respuesta a la situación de emergencia $1, 229,600.
Los datos hablan per sé. La ayuda no se encaminó a resolver los problemas estructurales del hambre. Si así fuere, con proveer de molinos de viento industriales y reservorios como los denominados “australianos” —tan comunes en Argentina— el problema nunca hubiera sido un drama capaz de inspirar la épica de un niño domador del viento, por romántica que luzca la historia éxito de la televisión paga.
En salta, otro niño Wichi murió esta semana. Esta vez fue una niña de cinco años que fue trasladada con un cuadro febril y vómitos que se había extendido por más de cinco días. La primera atención la recibió en el hospital de Santa Victoria Este, y desde allí fue trasladada en un vuelo sanitario a Tartagal, en donde falleció. Las autoridades del hospital Juan Domingo Perón informaron que la niña padecía de meningitis y que no tenía bajo peso. Es un drama que no registra dichos públicos de curita villero alguno. La muerte ya no es una vergüenza que asombre a los párrocos, a esos mismos que graznaban en los cuatro años de gobierno de Mauricio Macri.
Hoy, la respuesta largamente demorada está en camino. Será el cuerpo de ingenieros del ejército argentino el que hará la tarea. Con equipos propios, repararán dos pozos y construirán noventa pozos nuevos. Una tarea que bien podría haber llevado a cabo el gobierno de Juan Manuel Urtubey en sus doce años de gobierno.
No hay motivo para el hambre y la pobreza extrema en el mundo moderno, salvo que la muerte y el hambre sean un negocio altamente rentable… como está claro que lo es.