Definitivamente, el conjunto de los liderados por Cristina Elizabeth Fernández no corresponden al modelo de la militancia político partidaria, sino que son un colectivo sectario que sigue, en una única voz, las indicaciones de la reina de la colmena.
Para los no iniciados en el mundo de Star Trek, digamos que es una serie creada por Gene Rodenberry, que se lanzó en la CBS en 1966, en plena guerra fría. Inspirada en los viajes de Julio Verne y las historias del western, creó un fenómeno global que aún reúne a millones de personas en el mundo ante una serie de culto. Se caracteriza por su influencia cultural más allá de las obras de ciencia ficción. La franquicia también es conocida por sus posturas de derechos civiles progresistas. La serie original incluyó uno de los primeros lanzamientos multirraciales de televisión. En una de las series que surgieron de la inspiración de Rodenberry, Star Trek: una nueva generación, surgió un enemigo de la humanidad y otras especies humanoides: el colectivo Borg.
Los Borg son personajes ficticios del universo de Star Trek. Son una civilización de humanoides de diversas especies alienígenas que combinan lo sintético con lo orgánico. Las mentes de todos los Borg están conectadas por implantes corticales a una colmena, una mente colectiva, controlada por la Reina Borg, quien es capaz de suplantar las identidades individuales y los sentimientos personales de sus súbditos, por el placer que causa la liberación del ego a través de neurotransmisores psicotrópicos que les abre las mentes a lo transpersonal, siendo la reina Borg la que domina el ámbito transpersonal. Cualquier semejanza, no es pura coincidencia.
En el universo Borg del kirchnerismo no se piensa, se actúa. No se cuestiona, se repite. Bastó que Alberto Fernández twitteara al respecto de las bolsas puestas a modo de mortajas en las rejas de la Rosada —que separan a la sociedad del gobierno—, para que, de a miles, salieran a rasgarse las vestiduras ante tamaña cuestión.
Es suficiente que Cristina hable de lawfare para que de a miles twitteen desaforados clamando por una reforma judicial que en nada cambiaría la situación cargosa penalmente que pesa sobre la corona de la reina del colectivo. Si Cristina calla, el colectivo calla.
Esta conducta inversa de grupo sin voluntad propia es obvia en el caso de Formosa, o de Santiago del Estero, o de Chaco, o de Tucumán. El gobernador Insfrán no amerita el repudio de los colectivos de mujeres, actores, sindicatos, y organizaciones de algunos Derechos Humanos: la reina hace silencio, así que el colectivo se mece en un murmullo lento y débil, a la espera de instrucciones de la reina madre. Silencio, sólo silencio del colectivo Borg que está a la deriva, sin saber ruta y ni destino.