La conferencia tripartita de los jefes políticos de la nación, CABA, y la provincia de Buenos Aires se centró más en un debate al respecto de cómo decir las cosas y no en cómo hacer, concretamente, para dar respuesta a los millones de argentinos desesperados por la destrucción de la economía, que ya adquiere proporciones de catástrofe social, política, y financiera, en una situación insostenible que las palabras no van a resolver.
Infectologos, compañeros de ruta, y dirigentes que comparten la presidencia con Alberto Fernández se empeñaron en buscar un término que reemplace el de “cuarentena” por otro que aleje al gobierno, en las encuestas, de una caída de aceptación que, ya se advierte, le dejará, en no demasiado tiempo, a la intemperie política, la cual, es claro, tendrá graves consecuencias.
La situación real de la sociedad no tiene nada que ver con los dichos de los gobiernos. No es como dice Matías Kulfas, que en su inmensa mayoría los empleadores reciben ayuda para pagar salarios. El aporte gubernamental para el pago del 50% del salario lo digita AFIP de acuerdo a términos que nadie conoce. En julio, la comunicación de si se brindaba el aporte o no, llegó recién el día 12. ¿Por qué? Porque el Estado sigue funcionando a un ritmo de normalidad que impacta por su ausencia de compromiso con la sociedad.
Es lógico en un país que tiene dos realidades laborales. El empleo público es asimilado a una beca eterna, con beneficios que difícilmente se consigan en el sector privado, protegidos por la ley 22.140 y la complementaria 25.164 del año 1999. Este marco legal de nobles principios, se encuentra hoy absolutamente desvirtuado, y es la madre del vicio que supone que el sólo concurrir, en el Estado, es equiparado a trabajar.
En medio de esta situación, en la que se sigue implacablemente impidiendo la circulación de mercaderías y personas, se limita el acceso a la educación, y se restringe la libertad de comercio creando aduanas interiores, decir que en Argentina no hay cuarentena es distópico. Desde los medios y tribunas políticas se hacen ejercicios para expresar diferencias entre el jefe político de CABA, el presidente de la Nación, y el gobernador de Buenos Aires. Son matices. En la cuestión de fondo, usar el poder para limitar libertades une a todos los actores un hilo muy visible.
Los datos oficiales de la pandemia, que se basaron en listar muertos día a día, han caído en el más tremendo descrédito. El vice ministro de Salud de la provincia, Nicolás Kreplak, señaló en A24 —un medio amigo del poder actual—: “En una pandemia, en un momento de tantos casos como ahora, hay mucha información que no es una información que uno pueda garantizar que sea lo que está sucediendo. Son los tableros que uno tiene. Por ejemplo: la cantidad de casos nuevos que hay cada día en momentos donde hay pocos casos es un poco más fidedigno, cuando hay tantos casos por ahí haya un sub registro muy grande”. Si ni siquiera los muertos computados son reales, cómo creer en el resto de la información que, de tan alejada de la realidad, es sólo un relato, sin sustancia, ni respeto.