El clamor argentino por el fin de la invasión criminal de la Rusia de Vladimir Putin a Ucrania abarca literalmente al 62% de la población, según lo que revela en una encuesta el politólogo Lucas Romero. Un 30% de los argentinos está de acuerdo con la invasión, y la ve como una «guerra de liberación».
Es casi un corte del voto argentino y de la proyección del mismo de cara al 2023. Un interrogante legítimo es por qué un tercio de los argentinos viven de esta manera a esta crucial situación que ha puesto al mundo en ascuas, y que tiene como subtexto malicioso la posibilidad de una guerra nuclear.
No es sólo la peculiar relación entre Cristina Elisabeth Fernandez y Vladimir Putin, hay algo más profundo que vincula a un sector de la sociedad argentina con el fascismo político de raíz comunista. En 1976, al producirse el golpe militar que derrocó al gobierno de Isabel Perón, el único partido que no fue proscripto, fue el Partido Comunista Argentino.
Es la misma agrupación que publicó una solicitada abalando el golpe y dando razón positiva a la interrupción de la democracia en el país. Hay una corriente cultural y política muy fuerte que ve a la Argentina de un poco contrario al desarrollo de la democracia. No sorprendería que en otro trabajo de campo, si a dicho sector se le pregunta por su apego a la democracia, destaque el descreimiento en el sistema.
Es un dato que no puede ignorarse: la historia reciente del país dio con sus errores un cuerpo de armas que, hoy, está identificado con la democracia. Si no fuera así, Argentina estaría bajo un régimen autoritario, conculcador de las libertades.
La derrota de Vladimir Putin será, a su tiempo, la derrota de un gran esquema ideológico y cultural que ha visto el ejercicio violento del poder como el instrumento de dominio de una nación o espacio geográfico determinado. Es algo más que la invasión a Ucrania bajo criterios y discursos propios del siglo XX.
Tal como dijo el secretario de Estado, Anthony Blinken: «Putin ha abierto una caja de Pandora». Léase: nadie sabe a dónde se va y qué pueda pasar. Hoy, pese a los análisis que vaticinaban la caída de Ucrania en apenas unos días, hay otra historia reflejada en miles de videos que muestran a agricultores ucranianos remolcando blindados rusos con misiles Tor SAM —20 millones de dólares para el granero—, o imágenes de blindados con artillería antiaérea Pantsir S-1 y tanques T-72 abandonados en el lodazal del frente norte en torno a Kiev.
Los medios en la red hablan de victorias del ejercito Ucraniano y de una sensación que, estar al lado de Putin, es ciertamente el lado equivocado de la historia.