El mundo suele definirse en absolutos. El fin de distintas enfermedades ha sido, de hecho, uno de los temas donde más se aplica ese ideal colectivo. El retorno del sarampión, que se ha llevado una vida en estos últimos días en nuestro país, fija el tono de un drama autoinfligido, provocado por una enfermedad incurable de la humanidad: la estupidez.
El sarampión es una de las más importantes enfermedades inmuno-prevenibles. Se mantiene como foco de preocupación en el mundo, con una elevada carga de morbilidad y mortalidad. Particularmente en América, región declarada libre de esta enfermedad en 2010 por la OMS, se siguen identificando casos importados que originan brotes de diferente magnitud en personas susceptibles, habitualmente no vacunados. Una proporción que crece al influjo de los movimientos anti vacunas.
Maurice R. Hilleman, microbiólogo que desarrolló vacunas para las paperas, el sarampión, la varicela, la neumonía, la meningitis y otras enfermedades, salvando decenas de millones de vidas, falleció en un hospital de Filadelfia de un cáncer terminal. Criado en una granja en Montana, Hilleman achacaba gran parte de su éxito al hecho de que, de pequeño, trabajaba con pollos, cuyos huevos son los cimientos de numerosas vacunas. Gran parte de la medicina preventiva está basada en el trabajo de Hilleman, aunque nunca gozó del reconocimiento público de Salk, Sabin o Pasteur.
No llegó a ver el nacimiento del movimiento anti vacunas que puja por instalar la idea de que el autismo es consecuencia de estas inoculaciones. En torno a 2,6 millones de personas morían cada año de sarampión antes de que fuera introducida la primera vacuna en la década de 1960.
La vacunación provocó una caída del 80% en las muertes por sarampión entre 2000 y 2017 en todo el mundo, según la OMS. Contra dicha evidencia, sobre la base de la divulgación en Internet, el movimiento anti vacunas y ciertos fundamentalismos religiosos han provocado que un factor de muerte habitual que había sido erradicado, retorne ominosamente.
Una de las figuras clave en la historia reciente del movimiento anti vacunas es Andrew Wakefield, un médico radicado en Londres. En 1998, el doctor publicó un informe en el que establecía falsos vínculos entre el autismo y las enfermedades intestinales con la vacuna MMR, una vacuna triple viral que se administra a niños pequeños para combatir el sarampión, las paperas y la rubeola. A pesar de que su informe fue desacreditado y Wakefield fue eliminado del registro médico en Reino Unido, hubo una disminución en el número de niños vacunados después de sus afirmaciones. La plaga de la estupidez no ha dejado de propagarse y en 2019 87 personas fallecieron de sarampión en Argentina. No se trata de falta de conocimiento o de vacunas, es una parte inexorable de la naturaleza humana. El genio, la figura del progreso y la acechanza de obscurantismo estúpido que adopta formas cambiantes, llevándose vidas innecesariamente.