Hay algo indomable en la condición humana. Décadas de oprobio comunista, por ejemplo, no pudieron con la convicción religiosa de los pueblos eslavos. Los mecanismos de adoctrinamiento de masas no logran superar el estadío de poder de los gobiernos autocráticos.
Es obvio que debe combatirse toda política de adoctrinamiento porque hace insalubre la democracia y erosiona a la república, de matriz liberal. En el comportamiento de Laura Radetich, lo único nuevo, es que quedó expuesto. Nadie sabrá —o quizá, se sepa cuando pasen los años— si la pregunta de Jeremías fue una interpelación sin otra intención que la curiosidad de un alumno inquieto, o una trampa para colocar a Radetich en su autentica dimensión.
Lo cierto es que el video hace evidente una conducta de apropiación de los hechos para construir una “verdad” sectaria y maliciosa. Increíble que lo expuesto sorprenda. Fue la ministro de educación de CABA Soledad Acuña quien ya en 2020, lanzó la voz de alerta al respecto de estas cuestiones: “La raíz de lo sobreideologizado y de la militancia política en las aulas está en la formación docente. La raíz está en cómo enseñamos qué es un docente, la raíz está en lo que se define como perfil de un docente en un instituto de formación docente. Por eso yo insisto en que la gran discusión tiene que ser cómo enseñamos a enseñar, porque un docente que aprende bien sabe que lo que tiene que hacer es enseñar a pensar, no decirles a los chicos qué pensar”.
A Laura Radetich el sayo le cabe a pleno. No fueron los padres, fueron “los pibes”, como le gusta decir a Gustavo Iaies, experto en temas educativos. Radetich se lanzó sobre Jeremías como la líder alfa de una jauría sectaria que no duda en mentir y repetir un relato hasta el infinito para expresar, en verdad, una suma de fabulas perversas. Como si fuera poco, el presidente Alberto Fernández respaldó encima el accionar de la docente y buscó validarlo, señalando que Radetich había introducido al alumno a un “debate formidable”.
Está claro que la profundización de esta conducta no es casual: es una política que se desarrolla desde que Antonio Cafiero fue gobernador de la provincia de Buenos Aires. El abuelito de Santiago cerró cursos de lenguaje de programación y dio órdenes verbales de que nadie repitiera para “no discriminar”. Nada nació en 2003, el corpus ideológico presente, tiene décadas. Ahora, sólo se hizo evidente.
Soledad Acuña —quizá lo mejor que le ha pasado a la educación pública en Argentina— señalaba en el ya lejano 2020: “La única herramienta que hoy tenemos es la denuncia de las familias. La virtualidad lo que nos permitió como posibilidad es que las familias empiecen a mirar lo que pasaba con la educación de sus hijos. Porque hasta este momento lo que pasaba en el aula cuando el docente cierra la puerta queda entre los chicos y el docente. Entonces es difícil enterarte de qué es lo que efectivamente están haciendo”.
Video mata relato.