A un año del inicio de la criminal invasión por parte del zarato ruso a Ucrania, las imágenes se han tornado diferentes a lo que se entendía que iba a suceder el 24 de febrero de 2022. Aquel día, cuando se iniciaba el conflicto, el presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, ponía a disposición de Volodomyr Zelinsky un avión de la flota presidencial y le ofrecía refugio. La respuesta del mandatario ucraniano fue contundente: «I need ammunition, not a ride» (necesito municiones, no un paseo).
Así manifestaba el líder de la nación invadida su necesidad de que le enviaran armas para poder combatir, dejando en claro desde el primer momento que no habría rendición alguna y que no le entregarían el país a Putin. La imagen que se dio este pasado 20 de febrero, con Biden en Kyiv, abrazando a Zelinsky, dice a las claras que, dure lo que dure la guerra, ya hay un vencedor, y no es Putin.
En un craso error de cálculo, influenciado por las atroces imágenes de la caótica retirada de los aliados de Afganistán, Vladimir Putin, el líder opresor del último zarato ruso, entendió que occidente no reaccionaría a la arremetida contra Ucrania y, peor aún, minimizó el valor y la preparación de los militares ucranianos, quienes le plantaron batalla resistiendo primero, y haciéndolo retroceder luego de manera humillante.
Hay detrás de todo esto una historia milenaria de enfrentamientos alimentados por la necesidad de ser una nación. Ucrania fue sojuzgada y mancillada por el soviet, hambreada hasta la muerte durante el «Omolodor» y recién comenzó a forjar su identidad cultural europea tras la caída del bloque soviético. La llamada batalla del Maidan definió las líneas de lo que es un conflicto sangriento desde el año 2014.
La profunda reforma de las fuerzas armadas ucranianas luego de la toma de Crimea en 2014 buscó alejarse del modelo de batalla y comando que primó en la formación soviética para pasar a uno basado en los parámetros de la OTAN, que hoy le da ventaja a este país en el campo de batalla.
Al respecto de la llamada «cuestión nuclear», el posible impacto de este tipo de armas de destrucción masiva ha sido pulverizado por las palabras del canciller chino Qing Gang, quien afirmó que su país está «listo para entablar una cooperación multilateral y bilateral con todos los países» al tiempo que aseveraba que Pekín defenderá el consenso de que «una guerra nuclear no se debe y no se puede librar». China «rechaza una carrera armamentística» y «fomenta las soluciones políticas en cuestiones candentes». Estas líneas rojas por parte del hermano asiático dicen claramente que no hay espacio para esta alternativa que no se debe ni se puede emplear.
La guerra ha expuesto otra serie de cuestiones, tales como la flagrante corrupción en las fuerzas armadas rusas, que repiten costumbres históricas de la época de los zares y del soviet, así como la enorme debilidad tecnológica y las faltas de suministro, cuando Rusia ha agotado su provisión de misiles crucero. Estas situaciones dejan en claro la superioridad tanto militar como tecnológica de las potencias occidentales.