Todos tienden a creer que se trata de religión, cuando en realidad, como a lo largo de toda la historia de la humanidad, se trata de poder y de dinero. La utilización del islamismo chiíta versus el sunita como excusa para asesinar, dominar y convertir a aquellos desafortunados que caen bajo su férula, es un instrumento de dominación cuya crueldad va en aumento, al compás de la idiotez occidental de permitirles usar los medios de comunicación en toda su gama para extender su mensaje bárbaro. Los hechos de la semana precedente, en que simultáneamente se llevaron a cabo actos de barbarie en Francia, Kuwait y Túnez, no serían posibles sin la conectividad global que brinda Internet. Y la difusión no es posible sin la potencialidad de divulgación que ofrecen las redes sociales como Facebook, Twitter o Whatsapp, por citar las más utilizadas en todo el mundo.
Que la inteligencia de los países occidentales esté enfocada en espiarse entre sí y no en detener a este monstruo, como mínimo, causa estupor. Hasta el desarrollo de esta triple acción yihadista, la atención política y mediática europea y de los Estados Unidos estaba centrada en si la Agencia Nacional de Inteligencia de los Estados Unidos (NSA) había espiado a tres ex mandatarios galos, y hasta no hace tanto, en el espionaje a Angela Merkel, premier alemana. Salvo que haya razones que no comprendemos, que no están a la vista, que no son expuestas en foro alguno, ni político ni mediático, la utilización de recursos que las agencias de inteligencia hacen a diario es para acciones absurdas desde todo punto de vista.
Lo que inició como “Primavera árabe” ha devenido en una acción o conjunto de acciones monstruosas que a diario resultan en un baño de sangre. En los Estados Unidos aparece, en el final del mandato de Barack Obama, una revisión de sus políticas hacia Afganistán e Irak, que lleva a medios afines al pensamiento oficial a ser críticos con la decisión de abandonar el escenario de ambas naciones, casi ofreciéndolo en mano a los militantes yihadistas y al Talibán.
Europa debe dar fin a su histeria cultural de una buena vez y pararse en esta coyuntura resolviendo al tiempo sus contradicciones internas. El multiculturalismo ha fracasado. Europa debe perdonarse a sí misma su pasado colonialista, y tomar decisiones de hoy para hoy. Suiza, que no padece el trauma de un pasado colonial, resolvió en consulta popular no dar lugar a la construcción de mezquitas, un paso cierto en rigor de buscar definición cultural, que buena falta le hace al Viejo Continente, que aún lame las heridas de las luchas por siglos con el imperio otomano.
Hungría ha anunciado recientemente la construcción de un muro de cuatro metros de alto a lo largo de su frontera con Serbia, para detener el flujo de migrantes que llegan con esa procedencia a ese país. Según el ministro de Relaciones Exteriores, Peter Szijjarto, “La presión de la migración, que presenta serias dificultades para Europa, afecta a Hungría más que a cualquier otro miembro de la Unión Europea”, y agregó que su país no puede permitirse esperar más tiempo. “Naturalmente, esperamos que haya una solución conjunta de Europa”, manifestó.
La historia condiciona en mucho las acciones actuales. Húngaros y búlgaros han sufrido intensamente el Islam. En la Batalla de Kahlenberg (1683), los turcos, que habían asolado ya los Balcanes y toda Hungría, asediaban la capital imperial del Sacro Imperio Romano Germánico, y fueron finalmente derrotados por una coalición cristiana. La Batalla de Kahlenberg supuso un antes y un después en la historia europea. Hoy, muchos miran sus lecciones.