El final de la presidencia de Donald Trump se da en medio de un escenario de locura más en la nación que creó la democracia moderna. El ataque al Capitolio ha conmocionado al mundo. Es un dato que cualquiera puede advertir que, aquel país que se ve como ejemplo máximo de institucionalidad y es el modelo a seguir para muchas naciones, expuso —ante las cámaras y por las redes— sus miserias a través de estos lamentables hechos incitados por quien aún ejerce la presidencia de la unión americana.
No es algo nuevo, es una historia de trapicheos de la política que se remonta a 1811. En ese año, el gobernador de Massachusetts Elbridge Gerry modificó los distritos electorales para alterar el resultado final de los comicios, con el propósito de obtener la mayoría en el Senado. La costumbre se conoce por el creativo término de “gerrymandering”. En sencillo: hacer trampa modificando los circuitos electorales.
No es un dato exclusivo de la política estadounidense. En 1951, Juan Domingo Perón creo las denominadas “circunscripciones chorizo” que modificaron brutalmente el modelo de conteo electoral, un episodio poco o nada explorado de la historia política del país.
La alteración del voto por el método de realineamiento de circunscripciones y el fraude literal de las urnas tiene antecedentes en EEUU. Por caso, la elección Kennedy versus Nixon. En aquella ocasión, Richard Nixon se negó a judicializar la batalla por la Casa Blanca tras las presidenciales de 1960, las más disputadas hasta las del presente año. Nixon perdió frente a Kennedy en Illinois por 8.858 votos sobre un total de 4,8 millones en ese Estado. A Nixon, como escribió en sus memorias, no le cupo “la menor duda de que hubo flagrante fraude electoral”.
La situación se dio vuelta en la elección Al Gore versus George W. Bush, en la cual los republicanos arrebataron la presidencia a los demócratas con un tremendo fraude en el estado de Florida. Es obvio que hay mucho que corregir en la unión americana.
Alexander Cohen, en el medio digital de investigación The Conversation señala que, a lo largo de la historia de los Estados Unidos, seis elecciones fueron denunciadas como fruto de fraude: “En 1800, Thomas Jefferson y Aaron Burr recibieron el mismo número de votos del Colegio Electoral. Seis rondas de votación hasta ungir a Jefferson presidente. En 1824, Andrew Jackson ganó la votación popular contra John Quincy Adams y otros dos candidatos, pero no obtuvo la mayoría necesaria del Colegio Electoral. La elección de 1876 entre Rutherford B. Hayes y Samuel Tilden fue impugnada porque varios de los estados del Sur no pudieron certificar claramente un ganador. La contienda entre el demócrata John F. Kennedy y el republicano Richard Nixon en 1960 estuvo plagada de denuncias de fraude, y los simpatizantes de Nixon presionaron agresivamente para que muchos estados hicieran recuentos”.
La parte más reciente de la historia, ya está expresada. Donald Trump no creó el conflicto, pero sí lo potenció y llevó a extremos inaceptables. No es un dato menor que su impronta alocada y temeraria provocara los cambios que, desde sus tempranos inicios, reclama la nación que parió la democracia moderna.