Las autoridades francesas identificaron al hombre que mató a al menos 84 personas en Niza el jueves por la noche como Mohamed Lahouaiej Bouhlel, un tunecino de 31 años residente de esa ciudad. Sus vecinos lo caracterizan como un hombre iracundo, de carácter sumamente explosivo, que no respeta el Ramadán, bebe alcohol, y come cerdo, y se sonríen suspicazmente al escuchar a los periodistas conjeturar y especular al respecto de su pertenencia a ISIS.
Nadie sabe por estas horas muy bien a qué atenerse todavía, pero es un hecho que este evento criminal impactará en la conciencia colectiva de modo negativo sobre la ya difícil convivencia entre las comunidades que conforman el caleidoscopio de la sociedad francesa. Marine Le Pen, líder del Frente Nacional, echa leña al fuego y acusa al Gobierno nacional de ser tibio y de no expulsar a los fundamentalistas. En declaraciones radiales ha señalado: “hay que restablecer el orden en los suburbios”, poniendo a los servicios de información “sobre el terreno”, donde la “gentuza radicalizada” que tiene “toda el mismo perfil, vive y actúa”. Justamente en sus dichos hay un punto crítico que parece haber sido dejado de lado: el fracaso absoluto de los servicios de inteligencia galos. Hay cientos, miles de soldados; Francia se ha vuelto un país militarizado, pero de nula capacidad preventiva en este orden, y los acontecimientos últimos así lo confirman.
El otro escenario de estas horas fue el abortado intento de golpe de Estado en Turquía, que ha dejado más de dos centenares de muertos y unos tres mil militares detenidos hasta el momento. Tarjip Erdogan, el presidente turco, sale notablemente fortalecido de este evento, y es probable que busque imponer nuevamente la pena de muerte en el país.
Erdogan carga contra su principal oponente. Sin embargo, el líder de la Alianza por los Valores Compartidos, el clérigo turco Fethullah Gülen, ha sostenido desde su exilio en Pensilvania, Estados Unidos, que el golpe de Estado fallido pudo ser orquestado y simulado por el propio Recep Tayyip Erdogan. En una breve intervención desde su residencia en Saylorsburg, Gülen aseguró que la toma por la fuerza no es la vía del cambio en Turquía. “Hay un ligera posibilidad de que fuera un golpe escenificado», manifestó Gülen, quien volvió a negar su participación en la asonada militar. Decenas de partidarios de Erdogan llevan desde la noche del viernes a las puertas de la residencia de Gülen, protestando contra él y gritando consignas para que sea extraditado y procesado.
El presidente turco ha solicitado que no se proteja a Gülen, mientras que el secretario de Estado americano John Kerry asegura que no ha recibido petición de extradición o pruebas «legítimas» de la participación del opositor en el golpe.
Esta situación de tremenda confusión política y odio en espiral fue creado por los vencedores de la Primera Guerra Mundial al repartirse el Imperio turco. En mayo de 1916, Francia y Reino Unido firman los acuerdos de Sykes-Picot, así llamados por el nombre de los diplomáticos que los negociaron y suscribieron en representación de las dos potencias europeas. En dichos acuerdos se pactaba el reparto de zonas de influencia y dominio en Oriente Medio entre ambos países, y sus consecuencias las pagan los pueblos del mundo aún hoy, cuando nadie se atreve todavía a visualizar un punto de partida hacia una paz cierta y duradera.