La pandemia es un hecho. El virus existe. Negarlo es dramático para quienes así lo manifiestan y en consecuencia actúan. En ese escenario, las medidas impulsadas por el gobierno de encerrar a los argentinos es consecuencia de otra pandemia: la absoluta incapacidad de los mismos, que tiene un corte ideológico alejado de la realidad a extremos propios de una secta y, como tal, encerrado en sí mismo.
Al inicio de la pandemia, el gobierno le dijo a la población en boca del “padre” del sanitarismo peronista argentino que “el virus está lejos, aquí no va a llegar”. Ese mismo genio del sanitarismo (GGG), le dijo al presidente lo que éste expresó en público: “no hay de qué preocuparse, este virus se cura con una infusión a 90 grados”.
De esos dislates, a hoy. Al momento de desarrollar estas líneas, 74 mil argentinos han fallecido atribuidos a la Covid 19. Un alto número de esos fallecidos son la consecuencia de pésimas decisiones tomadas en base a ideología, y ambiciones oscuras que han transformado el sanitarismo en un negocio oscuro.
Argentina eligió no comprar las vacunas de Pfizer Biontech, y del fondo Covax, de 25 millones de dosis, sólo adquirió un decimo. Si se hubieran tomado otras decisiones, millones de argentinos estarían vacunados y no habría que encerrar a nadie. El encierro determinado así mismo es sumamente controversial por la falta de confianza en las estadísticas del gobierno. Desconfianza que ya amerita títulos internacionales, poniendo en duda el carácter científico de las decisiones del gobierno.
A finales de mayo el nuevo confinamiento inicia con el enojo de buena parte de la población y el empobrecimiento generalizado, en medio de medidas económicas ideológicas que fondean cada día más la ya castigada economía del país. Cerrar la exportación de carnes es, sencillamente, pegarse un tiro en el pie. El gobierno cree que gana votos. En rigor, cada día se aleja más y más de la sociedad.
En poco tiempo, los argentinos estarán en las urnas. El gobierno apunta a un encierro que le de legitimidad, cuestionando a los que vulneran las medidas propuestas. La sociedad gira en otro sentido, acuciada por sus necesidades y los padeceres que provoca la implosión económica.
Analistas —así se presentan— evalúan las últimas elecciones —incluida la constitucional de Chile— como el cambio de humor de las sociedades contemporáneas. En nuestro país, el jefe de gabinete Santiago Cafiero asevera —contrario sensu a los criterios globales— que “testear no sirve, sirve cortar la circulación”. El plan perfecto: provocar la inmovilidad hasta la inanición. No es el gheto de Varsovia, pero tiene puntos de contacto ideológicos evidentes.