Pánico: Es el ánimo de los socios del anciano de Lugo por la declinación de los negocios en el shopping ubicado en las Heras y Garay. El motivo es la sensación de inseguridad jurídica que provoca la terquedad del anciano Ladrey para entender que debe allanarse a la ley y dar al lugar el nombre que corresponde, así como el inminente retiro de la estatua de Botero que impúdicamente se exhibe en la plazoleta que separa —o une, según se vea—, el antiguo edifico de la terminal con el shopping. La respuesta de la sociedad anónima Emprendimientos Terminal al requerimiento municipal de entregar la estatua para ubicarla en la Plaza del Milenio —como indica el cargo de donación aceptado por el Concejo Deliberante— fue contestado de manera ridícula, indicando que la firma “ignoraba” que el organismo hubiere aceptado la donación, y afirmando que la propuesta había sido formulada antes de adquirir la estatua; y, por lo tanto, que lo señalado en el expediente no sería válido porque nadie puede donar lo que no le pertenece. Hay pánico y está bien motivado. Se vienen acciones penales por fraude.
Pánico dos: El pánico es de tan alta intensidad que Alejandro Rossi buscó un atajo y recurrió al abogado Andrés Barbieri, probablemente una de las mentes más brillantes en el campo del derecho administrativo, para que lo represente ante la municipalidad. Un tema complejo porque Barbieri está presentado en una terna para juez de faltas por el propio intendente, quien lo valora como a un intrigante de su equipo. Como suele ocurrir en Mar del Plata —aldea pueblerina urbanamente extendida—, todos tienen que ver con todos y todos se conocen (ver columna de tapa). Pero hay que ser claros: no todos son lo mismo y a no a todos les vienen bien las mismas mesas. Rossi, que alguna vez se manejó libremente en sus negocios obteniendo lo que pretendía por medio de la triple alianza Pulti/Trujillo/Aldrey, desespera buscando reemplazo para hacer fluir la savia del acuerdo.
Pánico tres: Según señaló un participe de la reunión en el despacho del intendente buscando un acuerdo con la administración, la lectura de Rossi de lo ocurrido fue señalarle a Iglesias que Arroyo, padre e hijo, no creen en ellos como interlocutores, y que están siendo mirados en su comportamiento. El que no dejo lugar a dudas de que va el juego fue Guillermo Arroyo: en un momento de la reunión, Alejandro Rossi se refirió al anciano aldeano de Lugo como “Don Florencio”. Fue como que toco alguna fibra sensible que llevo a una larga catilinaria del hijo del jefe comunal sobre que implica llamar “don” a Iglesias y la implicancia política de actuar de manera tan dañina como lo hacen a diario en la obsesión enfermiza de creerse los dueños de la ciudad. Dicen que el pequeñín emprendedor se sintió incomodo y falto de argumentos para responder. En fin todo, cambia.
Para que se entienda: La preocupación del municipio para que la estatua de Botero este en la Plaza del Milenio no es baladí. Corresponde, y es un fraude que esté hoy en donde está. Por cualquier duda, recomendamos leer El dueño de todo, publicado en este medio el 24 de abril de 2016.