Cartas de un judío a la Nada
Cardelius, 341 El arado traqueteaba inútilmente. El terreno era malo, lleno de piedras y con una tierra arenosa y estéril. Pero era lo único que tenían, y él no recordaba cómo hacer otra cosa que no fuera sembrar, cosechar y mirar al cielo con ansias. El caballo, un caballo feo y flaco, se estaba muriendo de hambre; y él mismo ya estaba contando los días para hacer lo mismo. Pero el arado era bueno, de hierro y recién forjado. Había tenido que matar para conseguirlo, era cierto, pero el arado era bueno.