Cartas de un judío a la Nada
Madrid, 1981 Bajo las sombras de las enormes antenas parabólicas, percibíamos una sierra en calma. A casi cincuenta kilómetros del centro de Madrid, el bullicio de la ciudad quedaba demasiado lejos como para molestarnos. Podíamos ver, sobre el horizonte, el reflejo de sus luces en el firmamento; pero nada de eso nos molestaba. Esa noche, en vez de mirarlo, escuchábamos al cielo.