El tipo me mira y suelta: “¿Sabés qué?; yo estoy como los presos: cuento los días que faltan para que pasen estos diecisiete meses y se termine esta historia”. La historia a la que hace referencia es la de esta Mar del Plata sumida en la vergüenza cotidiana que implica el saqueo de los recursos públicos que a diario perpetran Gustavo Arnaldo Pulti y sus accionistas marplatenses.
A la miseria expuesta por las cámaras ocultas de La Alameda en el nuevo predio de disposición final de residuos -que ya es otro basural a cielo abierto en el que 96 chicos conviven con adultos de todo tipo y pelaje disputándose la basura-, el “pulltismo” respondió por medio de José Luis Zerillo señalando: “De lo que tenemos que darnos cuenta es de que estos niños acceden a un sustento diario y es lo que precisamente que debería asegurarse”. ¿Asegurarse? ¿Qué es lo que hay que asegurar?, ¿que coman restos de alimentos, que ingieran bebidas descartadas, que se muevan entre adultos en muchos casos en dudosa condición? ¿Eso es lo que había que asegurar?
José Luis Zerillo ha buscado notoriedad impulsando la vivencia de la privación de libertad en una réplica de un calabozo del penal de Batán. “Para que comprendamos el horror de la prisionización”, argumentó al lanzar una campaña en contra de la discriminación usando como imagen a un pibe con gorrita blanca, en teoría, el arquetipo del pibe chorro. Cualquier sociólogo le podría haber dicho que su campaña sólo sirvió para fijar una imagen que el colectivo social ya tiene definitivamente incorporada al universo de sus miedos cotidianos.
Como sus compañeros de ruta -los jueces Falcone y Tapia, el fiscal general Fernández Garello, por citar sólo a algunos que la sociedad tiene en foco-, Zerillo vive en un mundo de abstracciones que ellos dan en llamar “ideología de los derechos humanos”, con la cual justifican la violencia cuando viene de uno de los lados, y dejan a su paso un reguero de víctimas.
El uso sistemático del presupuesto como una cajita feliz para unos pocos no tiene límites. Esta semana han tenido que admitir que deberán pagar por los sepelios para indigentes que le deben a una cocheria que cortó los servicios (ver esta misma columna, edición 854) luego de dos años sin pagar lo que correspondía.
Si miramos los titulares de las últimas horas, veremos que el muro de impunidad que Pulti tejió en estos años comienza a derrumbarse. En tanto el intendente pasea por la precordillera con su familia, Ariel Ciano, a cargo interinamente del Ejecutivo, tuvo que anunciar que envía al Concejo una ordenanza que da marcha atrás con la resignificación de la identidad de los taxis de la ciudad. Es que como no ocurrió en años anteriores, los distintos sectores de taxistas se pusieron de acuerdo y todos a una hicieron saber que marchaban a acciones directas en plena temporada.
Raúl Vicente, titular de Servitaxi, lo había anticipado en un diálogo que mantuvimos en la 99.9: “Guillermo Iglesias, titular de Movilidad Urbana, ni nos atiende ni nos escucha”. La admisión de Ciano de que más allá de las diferencias los taxistas tienen razón, da por terminado el debate. Todo es espasmódico, pretencioso, buscando dar siempre un aire fundacional.
Tal como manifestó esta semana en la 99.9 Cristian Azcona, y ya largamente viene anticipando José Cano, está próxima la hora en que los secretarios comiencen a desfilar por el Concejo Deliberante para dar explicaciones.
Y todo repercute, de un modo u otro. Una encuesta que ha girado fuertemente por la política local ubica a Vilma Baragiola con 34% de intención de voto; al increíble Fernando Arroyo con un 17%, y al que “todo lo puede” Gustavo Arnaldo Pulti con un 14%. Por el daño que le ha hecho a esta comunidad, es quizá demasiado premio. Sólo faltan diecisiete meses. Vamos.