Cuesta entenderlo. Llegan a cargos con poder a través del voto popular, y se alejan de la gente diciendo que «los reclamos los agobian». Puedo ponerle a esta frase nombres propios pero sería injusto, porque en realidad le cabe a la mayoría de quienes forman parte de nuestra dirigencia política.
Un ejemplo claro es el de los vecinos de Colinas de Peralta Ramos que reclaman hace meses por el impacto ambiental —contaminación tanto auditiva como atmosférica en la forma de residuos suspendidos en el aire y ruidos insoportables— que produce la Central 9 de Julio. O el de los vecinos de los barrios Pueyrredon y Fortunato de la plaza, que reclaman que el MTEP de Grabois se está apoderando ilegalmente de un predio enorme para construir un barrio y que, por toda respuesta por parte de la dirigencia política local reciben la habilitación para hacer uso de la banca 25, y nada más. Es obvio que los concejales no tienen facultades ejecutivas, pero son —deben ser— la caja de resonancia de lo que afecta a nuestra comunidad, aún cuando al puntear el padrón y el conteo de votos, los vecinos afectados no pertenezcan a aquellos barrios que favorezcan al oficialismo.
Con respecto a lo que ocurre a causa del funcionamiento de la Central 9 de Julio, es ya grotesco que los ediles se molesten ante el requerimiento de los vecinos de que «les pongan un abogado». Ningún edil quiere poner ni un peso del bolsillo propio… que, en rigor, no es tal. Pero cualquier motivo da para cerrar la puerta intempestivamente y hacerse el ofendido.
Luego se escandalizan cuando aparece algún marginal para apostrofarlos al respecto de vivir de espaldas a la sociedad, y encerrados en sí mismos. Otro ejemplo es lo que ocurre en El Marquesado, donde la presencia del «Pol Pot» vernáculo, con sus sueños de violencia, es la consecuencia de la incapacidad de los líderes locales de apreciar el conjunto, de ver todo el escenario, manteniéndose dentro del castillo, con la puerta entornada, y lejos de la sociedad.
Primero, les ganaron las plazas públicas de la ciudad, con los puestitos de frutas. Los dejaron hacer. Hoy, se convirtieron en una verdadera cadena de comercialización en negro que compite de forma desleal con los comercios de rubro a los que les piden hasta el certificado de la vacuna anti variólica para poder funcionar. Después, fueron por los terrenos de los barrios Pueyrredon y Fortunato de la Plaza. Es difícil entender cómo puede ser que los concejales ni siquiera sepan bien en dónde quedan, geográficamente, esos barrios. La okupación que se vive ahora en El Marquesado está basada en esa experiencia previa: detectada la anomia, sólo queda avanzar.
Si hubieran hecho tronar el verbo, y hubieran exigido el levantamiento de todos los puestos de fruta ilegales del MTEP, si no hubieran dejado solas a las consejeras de JxC que se opusieron y oponen a la okupación de tierras destinadas a la educación para darles otro fin, el avance sobre las 140 hectáreas en El Marquesado es altamente probable que nunca hubiera ocurrido.
Pero no sólo es anomia: hay una cuota de cobardía cívica, que asquea. Hablan del «territorio». Dicen «el que no tiene territorio, no puede aspirar a nada en política». Bueno, digamos que ese «territorio», se los están okupando, y la que resiste, es la gente de a pie. Ellos se suman siempre en la última, cuando ya no hay más espacio para esconderse y queda muy políticamente incorrecto no mostrarse. Pero es sólo eso: mostrarse. Sacarse fotos, y enviar alguna gacetilla. Jamás ser quien lidere el reclamo ciudadano y exija soluciones.
Gozan de fortuna con un poder agotado y una oferta delirante ante una sociedad que, aún tapándose la nariz como si estuviera por tragar una cucharada de ricino, lamentablemente los volverá a votar.