Blanco, Mariú y el Doctor Merengue

Pablo De Santis, en su libro “Rico Tipo y las chicas de Divito”, ilustra: “El otro yo del doctor Merengue es una suerte de Mr. Hyde criollo”. En nuestra edición 1033, señalábamos en la columna del Top Ten que Gustavo Blanco, secretario de Salud comunal, es una especie de Dr. Jekyll que muda sin aviso a Mr. Hyde, alternando una gestión que quedará en la historia como paradigmática, por el nivel de cambios que está provocando, a la vez que salpicada de cuestionamientos, por el modo inapropiado de referenciar situaciones cotidianas vinculadas a la política.

Dejando salir a la superficie su costado más extremo de Dr. Merengue, Gustavo Blanco soltó la frase: “a esta señora la hemos llevado reiteradamente al hospital, pero cada vez, como hace un perrito por costumbre, vuelve a la esquina de la ciudad en que pasa sus días”. Creo que a cualquiera, la sola idea de que un rincón de una calle, una ochava o una entrada de un local sea señalado como “confortable”, le espanta. Pero esto ocurre, y es una realidad que se advierte a diario, aunque mencionarlo sea incómodo.

Con malicia extrema, y usando a aquellos que por las razones que fuesen están en situación de calle, el manejo mediático de circunstancias de este tipo se ha convertido en pieza de diatriba y en herramienta de ajuste de simpatías, antipatías y enemistades públicas y privadas.

El episodio que lo tuvo como epicentro esta semana es una lección que Blanco no debería desaprovechar. Pasó de recibir el ofrecimiento del Gobierno bonaerense para ocupar el Ministerio de Salud, a ofrecer su renuncia al intendente, acosado por la oposición y la corte de medios digitales, que impiadosamente y con intencionalidad política retorció sus palabras referidas a una indigente que reiteradamente ha recibido atención oficial, y una y otra vez retorna al espacio público que siente propio.

El viernes por la tarde, cuando ya los dichos de la Gobernadora al respecto -“estoy esperando que el intendente Arroyo me diga qué va a hacer”- corrían como reguero de pólvora, la suerte de Blanco parecía definitivamente clausurada. Ahí con sentido común intervino Maximiliano Abad, jefe de campaña del oficialismo, imponiendo a Federico Salvai de los términos reales del episodio, y del contexto político concreto en que ocurrió. De ahí en más se generó un cambio, que finalmente culminó en la carta manuscrita de Blanco, publicada en el diario La Capital, en la que pide disculpas por su dichos -y se sobreactúa un poquito, cuando menciona que incluso se disculpó con la misma señora, que bien lejos debe de andar de los comentarios del funcionario y todas las vicisitudes políticas sobre el particular-.

Impresiona el nivel de desconocimiento del Gobierno provincial de la realidad política de la ciudad. Realmente, que el diletante político Lucas fiorini y el locutor nacional Franco Bagnato sean potencialmente la representación de la ciudad en la Cámara Alta provincial no parece ser, ni por casualidad, la puerta o el ventiluz que hace falta para asomarse siquiera a comprender, mucho menos a remediar, este espinoso, doloroso tema social.