Expreso el título en el engendro denominado “lenguaje inclusivo” sólo para no emplear el femenino de caballo y no dejar espacio a un recorte malicioso que diera un tinte ofensivo al texto de esta columna.
Con las mismas artes maliciosas ejercidas por Epeo cuando construyó el equino para ganar Troya, quienes modelan la campaña que impulsa a Fernada Raverta a la intendencia de Mar del Plata, cual orfebres dedicados, la exponen siempre con impecable sonrisa, cuidados modales, y un modosito lenguaje que busca adormecer a la clase media de la ciudad.
Tan cuidado es el personaje que ha creado, que nada del lenguaje bélico de la Campora a la que Raverta pertenece se filtra en sus exposiciones públicas y menos aún en la agenda social que lleva adelante como parte de la campaña.
Es, hasta hoy, una incógnita quién es Fernada Raverta, qué piensa para la ciudad, o cuál será su política en materia de presupuesto, obras o servicios como salud o educación. Menos aún, cómo será su relación con quien por treinta años —hasta llegar Carlos Fernado Arroyo— se dio el tupe de señalar ante quien fuere que él manejaba (sí, manejaba) al intendente y al Concejo Deliberante.
La personita agradable, siempre sonriente que se muestra ante la comunidad hace ruido. Viene de una historia dura. Es hija de María Inés Raverta, caída en Lima, Perú, en el marco de un operativo en el contexto del Plan Cóndor. Nacida en 1976, fue llevada por la organización terrorista Montoneros a Cuba, en donde vivió hasta 1982. Su padre es Mario Montoto, lugarteniente de Firmenich, hoy hombre de relevancia en el negocio de las armas y la seguridad.
En la ciudad se la conocía como la “hija del corazón” de Adela Segarra, de quien hoy está distanciada, cuando menos políticamente. Es un dato que la candidata del Frente de Todos al intendencia goza del afecto e interés de Cristina Elisabeth Fernández y que comparte el ideario victimológico que dice que Milagro Sala es una prisionera política.
Hace poco se hicieron públicas sus imágenes junto al empresario teatral Carlos Rottemberg, y a Martín Cabrales, de la firma homónima. Lleva adelante una activa vida social en torno al “tout” Mar de la Plata, destacando la invitación a su hogar al relacionista Martin Sala, de Revista Central. Sala, alborozado, compartió el momento en su cuenta de twitter alabando el ceviche, la comida tradicional peruana que le fuera ofrecido a él y a su equipo.
Todo correctito, perfectito. A punto caramelo de la culturalmente extendida clase media marplatense, tan conservadora, tan anti peronista. En la reunión que mantuvo con los empresarios del sector gastronómico (burgueses capitalistas) se mostró sorprendida y extrañada de que debieran pagar tantos impuestos y gabelas, mostrando su sorpresa y anunciando que estudiará el tema debidamente. Corrección y formalidad burguesa es la consigna. Lejos de los gargajos que le clavó en la espalda a uno de los hijos del juez Pedro Federico Hooft el día que el jury lo absolvió de las falsas acusaciones de violación a los derechos humanos impulsadas por el sector político al que pertenece.
¿Todo cambia? ¿O es un acting controlado, cual equino hembra que oculta otras verdades en su interior?