La composición de la lista de candidatos a concejales de Cambiemos en Mar del Plata es el reflejo de ambiciones exacerbadas que no expresan una mirada de mediano y largo plazo en la construcción de un espacio político para proveerle a esta ciudad un horizonte promisorio y superador.
El rechazo de Sonia Rawicki -integrante del SUIM y funcionaria de la Secretaría de Derechos Humanos comunal- al planteo del fiscal Juan Manuel Pettigiani en la causa conocida como de los “neonazis” ensombrece la vida de esta comunidad, y da pábulo a ficciones perpetradas desde la política de que el gobierno de Carlos Fernando Arroyo cobijaría un espacio de intolerancia brutal para el conjunto social y la vida republicana.
La incompetencia política con la que se manejó el armado de la lista de Cambiemos expone a todos sus integrantes de un modo que haría las delicias de cualquier estratega adversario que mire octubre con ánimo de triunfo partidario. Afortunadamente para el oficialismo, lo que está enfrente es de un patetismo absoluto: La Cámpora, liderada por Fernanda Raverta, dejó fuera de juego a todos los contendientes potenciales, y liquida la oportunidad de disputar protagonismo político en la ciudad al PJ, al cual Mar del Plata siempre le resultó esquivo.
El resto ni mide ni es motivo de esta columna. Sí lo es señalar la falta de respeto a la auténtica entidad de los derechos humanos, que se puso en juego con los resultados del cierre de Cambiemos. El modo en que echaron a Walter Alló no resiste análisis, si de trato humano se refiere. Se dirá que es la consecuencia del juego político, y puede ser, pero no hay ninguna duda de que ese no es el modo. En todo caso, la digresión va por cuerda separada –si el tema era, como señalara Guillermo Arroyo en la 99.9, que Vilma Baragiola a su criterio los había “traicionado” al imponer a Cristina Coria en el cuarto lugar de la lista-. Es una disputa política, no otra cosa.
Los cargos en el Ejecutivo son de confianza, y no hay valor mayor. Si le perdieron la confianza política a Alló, está bien que lo reemplacen, pero de ahí a que sea la víctima propiciatoria del sacrificio, hay enorme distancia.
Y hablando de derechos humanos, sostengo que la conducta de Sonia Rawicki de acompañar a la mafia judicial y política de la ciudad en la causa de los neonazis –impulsada por el secretario de DDHH de Pulti, José Luis Zerillo, y el titular del colectivo LGTB y dueño de Nevermind Javier Moreno Iglesias- es, cuando menos, políticamente incorrecta y maliciosa. O torpe. O todo junto.
Torpe porque Rawicki no puede ignorar que el armado de la “cuestión nazi” en Mar del Plata se inició en 2015 como parte de la demonización del intendente al cual presta su servicio integrando su Ejecutivo. Decía Zerillo en 2015: “La situación se está desmadrando. Creo que el contexto político que se ha vivido en las últimas semanas los ha envalentonado y sienten que pueden actuar así (…) hablamos de grupos organizados”, contextualizando el ataque del modo que sigue: “Esta agresión se produjo en pleno clima de elecciones, que culminó este domingo con el triunfo de Carlos Arroyo como Intendente de la ciudad. Arroyo fue denunciado por asociaciones LGBT como homofóbico, xenófobo, misógino y contrario al matrimonio igualitario”.
Enfrascados en su ombligo electoral, los integrantes de Cambiemos permiten que la causa de falsa bandera vendida como de “los neonazis” se mantenga vigente en el imaginario popular. Como en la guerra, la verdad es la primera víctima, y así muere, distorsionada por ambición y necedad.