En la campaña presidencial de 1989, Eduardo César Angeloz prometía lápiz rojo para los gastos del Estado y aferrarse al pasamano del último tren a la prosperidad. Lo hacía en medio del caos económico previo a la híper inflación que se desató más tarde ese año. Una vez más, como en el día de la marmota, el país se escuece por las altas marcas térmicas, y la irracionalidad digerencial.
El paso por Mar del Plata de Patricia Bullrich acompañada por Javier Iguacel, el intendente de Capitán Sarmiento, llevó a que, en un acto de campaña —sí, de campaña—, ambos terminaran reunidos en una tribuna con el intendente local, Guillermo Montenegro. Las posiciones de Iguacel en materia de exploración sísmica offshore, vertidas a este medio el día 6 de enero y repetidas en el encuentro realizado en el complejo La Normandina ante otros medios locales, obligó a Montenegro a tener que justificar su posición.
Eufórico, uno de sus funcionarios —y admirador encendido— me dice «ahora está calentando, ya vas a ver cuando eleve el tono». No hubo fuegos de artificio. Sí, una encendida alocución con mucho «pero YO». Iguacel se vio obligado a responder a su vez y brindó información clara y precisa sobre qué es lo que va a acontecer a 300 km de la costa marplatense. Porque, prospección petrolera, va a haber.
Es una postura innecesaria la de autocitarse en nombre de los marplatenses, y un grosero error de cálculo terminar del lado de los grupos del fanatismo ambientalista y de la izquierda garrula de la ciudad. A la mayor parte de este cotolengo ambientalista, sólo lo conformaría la extinción de la especie humana. Eso sí: hacen públicas sus posturas desde celulares cuya carcasa plástica es derivada del petróleo, y cuyos componentes están repletos de minerales preciosos como oro, plata y el muy pedestre estaño. Sin ir más lejos, citamos un artículo de la página hojaderouter.com: «El oro se utiliza en los circuitos impresos, que son las placas donde van unidos los microchips. Antes de soldar el microchip, las placas se bañan en oro, y eso sirve para que se suelden mejor y se reduzca la resistencia de las placas al paso de la corriente eléctrica».Todo lo que el ambientalismo militante odia está en sus celulares, en su ropa de fibras de polímeros, en las zapatillas de marca que tanto aman, etc. En vez de sumarse a estos colectivos enfermizos —que, por cierto, aplican las reglas de Goebbels a puño—, hay que pensar en las ventajas que supondría para la ciudad el convertirse en el punto de contacto y abastecimiento de la cadena productiva desde el puerto de Mar del Plata.
Sería interesante, por ejemplo, obtener recursos para poner el puerto en valor. Una inversión de cinco u ocho millones de dólares —que para estos grupos, es quincallería—, sería un golpe de enorme valor. O seguir el ejemplo de Bahía blanca, en donde el capital privado, por medio de la empresa Down Chemical, construyó el «Down Center», un centro de alto rendimiento especializado en proyectos deportivos, tecnológicos y de bienestar único al sur del río Bravo. Quizá, actuando de otro modo distinto al de estar en la vereda de la protesta, se logren, por caso, las inversiones que requieren tanto el estadio mundialista como los grandes escenarios deportivos que quedaron en la ciudad tras los panamericanos.
Quizá, valdría probar.