Las definiciones del presidente del Concejo Deliberante Guillermo Sáenz Saralegui blanquean la distancia que hoy lo separa del intendente Carlos Fernando Arroyo, al tiempo que señalan una situación que se expone a diario en los medios locales.
Sáenz Saralegui está cavando un hoyo profundo cotidianamente con el festival de contratos que prohíja en el Concejo. Cruces, acuerdos interbloques, toda una fiesta que paga el vecino contribuyente sin siquiera saber cuánto es el importe final. El propio Sáenz Saralegui tiene 26 módulos: a razón de 5.800 pesos cada uno, la cuenta da 150.800 pesos; tal como ha subrayado él en sendas ocasiones, la cifra hace que ya no sea “el concejal pobre”.
Este festival de recursos públicos requiere de acuerdos, Y Sáenz Saralegui los tiene. Por caso, los consentidos para que los concejales del Frente Renovador Lucas Fiorini y Alejandro Carrancio estén conchabados por el curul de AM Héctor Rosso. ¿Por qué, para qué? Para que la plata de esos contratos no caiga al bolsillo del matrimonio Pulti/Branderiz. Alejado de la idea febril de tener una posibilidad de llegar a la intendencia de la ciudad -idea que alienta Santiago Bonifatti-, Rosso quiere sumar en estos dos años que le quedan, luego de más de una década de gozar de las mieles del erario público.
El clima cerró más distendido esta semana, por la aprobación del presupuesto 2016. Será una mini tregua. Contando ya con los votos para aprobar por mayoría el aumento de la tarifa de la transportación pública, el bloque de Cambiemos se corre de la responsabilidad, y pretende que lo firme el intendente a su propio costo y cargo. Lo cual es ningún cambio, sólo la misma, triste, estúpida conducta de creer que no asumir responsabilidades es igual a ser parte de lo popular. Los ajustes de tarifas, siempre antipáticos, son la consecuencia del proceso inflacionario, que aún es un elemento gravoso de la marcha de la economía. Ubicar el ajuste del valor nominal del boleto como la cuestión central de la relación con la comunidad es muy pobre, intelectual y políticamente hablando.
Pero es así. Los concejales oficialistas, con todos los votos necesarios, no quieren votar el aumento, con lo que dejan expuesto al intendente ante la comunidad. Jamás, en treinta años, la suerte de un intendente estuvo atada al aumento de tarifa. Otros han sido los temas que pesaron en la comunidad para decir sí o no a tal o cual figura. Es penoso, pero nadie parece aprender de los hechos, y se sigue actuando por ideas falaces preestablecidas.
A algo más de cien días de gobierno, la idea de que un cambio de paradigma por sí solo garantizará los cambios, se queda hueca de contenido. Por algo muy concreto: Carlos Fernando Arroyo es Arroyo; jamás será río o brazo de mar, o algo distinto a lo que es. Deberían tomar nota aquellos que quieren un cambio para la ciudad; hay una realidad, y con ella hay que manejarse.