El segundo juicio por la triste e infausta muerte de Lucía Pérez es un ejemplo —uno más— de la cosificación de las mujeres a manos de los grupos definidos como «feministas» que violentan todo lo logrado tras siglos de lucha para equipararse con el poder masculino.
Dice el diccionario de la Real Academia Española que «cosificar» es «convertir o considerar como cosa algo que no lo es». Lucía fue una adolescente sufriente. Su padecer intramuros la llevó a consumir drogas. Obvio es que, a su proveedor, Matías Farías, le cabe la más severa condena que permita nuestro código penal.
Sin embargo, Lucía fue cosificada sexualmente mucho antes de caer tanto en la droga como en la sumisión que le provocaba la misma, proveída por Farías. Quien, dicho sea de paso, nunca fue advertido por autoridad alguna cuando vendía su mercancía en los alrededores de los colegios de la zona sur de Mar del Plata.
La cosificación de Lucía traspasó su infausta suerte. A Lucía la cosificó el abandono y la indiferencia. A Lucía la cosificó otra mujer: la aún hoy fiscal María Isabel Sánchez, quien, en una conferencia de prensa, expresó definiciones que llevaron a que se realicen marchas en las ciudades de México y Londres, y lanzó al feminismo kukista —que ha hecho de la desgracia una industria productiva— a una batalla por el control mediático-político de los hechos.
No es menor la cosificación de Lucía en el proceder de la Casación Bonaerense, exigiendo un segundo juicio y pidiendo «perspectiva de género». Lucía no murió a causa de su género. Era una adolescente —una mujer en ciernes— y, biológicamente, apta para tener relaciones sexuales. Las auténticas preguntas de este juicio —o del anterior— no se han hecho. Y, quizás, no se hagan jamás. Las preguntas y las respuestas, están en las conversaciones de Lucía a través de WhatsApp. Todos lo saben. Y es obvio que, habiendo cosificado a Lucía, todos callan. Las abogadas de parte son dos temerarias quienes, al finalizar su alegato, olvidaron requerir la pena para los sometidos a proceso. Sólo importa el relato cuando se cosifica. El otro —ese otro, en este caso, Lucía— no es un ser real. Es, para todos estos, sólo una «cosa».
En un juego de espejos, los abogados de parte de Juan Pablo Offidani son de la misma entidad que los querellantes. Tanto César Sivo como Romina Merino saben de cosificar: lo han hecho más de una vez, con notable perversidad. Que aboguen en este caso por la inocencia de Offidani, es casi un brulote de la historia.
Quedó claro que la Fiscalía General, en la persona del ex numerario de la DIPBA, Fabián Uriel Fernández Garello, protege a María Isabel Sánchez. Miente en el comunicado en el que pide disculpas por los acertados dichos del fiscal Arévalo al respecto del rol de la colega: ni ha intervenido la procuración, ni la fiscalía general de Necochea ha incoado acción alguna por su falaz proceder. La cosificación de Lucía, un ex ser humano hoy objeto de tanta miseria por parte de tantos actores mendaces, cosificadores impiadosos y brutales, parece no tener fin.