Goodfellas: la selección, el Chiqui y Faroni

Tienen suerte, porque no hay modo de que la fiscal general de EEUU durante el gobierno de Barak Obama, Loretta Lynch, aduzca que, como los mensajes para llegar al acuerdo pasaron por un servidor estadounidense, eso es motivo suficiente para iniciar otra investigación como la que, en 2015, llevó ante los tribunales de Nueva York a 17 dirigentes de la FIFA.

Eso es porque el pacto entre Claudio Sebastián Tapia y la empresa Deportik no se cocinó entre mensajes de WhatsApp, sino que se resolvió en Mar del Plata, durante este pasado verano, en medio del tour que hizo el presidente de la AFA por los balnearios de Mogotes y cenas entre amigos ya sea en quinchos o en el Hotel Sasso, donde fue su siempre más que amable anfitrión el eterno Luis Barrionuevo.

Javier Faroni construyó su fortuna en Mar del Plata, dedicándose a la producción teatral. Hay dando vueltas cierta leyenda urbana que los involucra tanto a él como a su amigo Carlos Rottenberg, que habla de cómo esa fortuna se fortaleció de manera particular durante los ocho años que duró la gobernación de Daniel Scioli, pero ya se sabe que, venir de muy abajo y pasar a millonario, enciende odios e imaginaciones.

Ante el estupor que provocó la columna de Carlos Pagni —que poca cita hace al origen marplatense de Faroni—, planteando los nexos que existen entre éste, Sergio Massa —hoy ministro de Economía— y «el Chiqui» Tapia, es necesario aportar algunas precisiones.

La AFA es una institución de naturaleza privada. No es del «pueblo argentino», sino que le pertenece a los clubes de fútbol federado de todo el país. Si no se entiende esta parte, se confunden las cosas mal.

Es obvio que hay un negocio. El tema es si ese negocio implica o no un vuelto personal para Tapia en perjuicio de los clubes de fútbol de todo el país, que así verían mermada su tajada de la enorme oportunidad económica que implica la actuación de la Selección Argentina de Fútbol. Pero, si esto es así, es claro que nadie va a abrir la boca: la cultura de los dirigentes de fútbol en nuestro país, es impenetrable.

En ese sentido, en los últimos años, sólo dos notorios fracasos llegaron al conocimiento del vecino de a pie: el intento del socio de José Luis Manzano, Daniel Vila, de apropiarse de la AFA presentándose a los gritos en la puerta de la institución mientras en el quinto piso se votaba a favor de un nuevo período a manos de Julio Grondona; y el de Marcelo Tinelli, quien empató la votación con Luis Segura —el antecesor de Tapia— en 38 votos.

Tapia y Faroni se reconocen mutuamente por su origen similar y su capacidad en destacare en lo suyo. La concurrencia de ambos en un negocio millonario que impacta en sí por su volumen, queda minimizada ahora que ya terminó la ventada de entradas, eclipsada por el fuerte impacto emocional que genera en la sociedad la selección campeona del mundo. Sin embargo, no puede decirse que esta historia haya concluido: Sergio Massa está de salida, y Javier Faroni es un partenaire del ministro en el juego del poder.

Está el ánimo de buscar ejemplos en los años que se vienen, y estos tipos no son precisamente los más blindados del país.