Un tweet de la consejera escolar Mónica Lence, en el que expresaba sus dudas por los hechos acontecidos a las puertas del domicilio de Cristina Elisabeth Fernández, han sido la excusa que encontraron las también consejeras escolares —por el FdT— Abigail Araujo y Eva Fernández para impulsar la cancelación de la funcionaria.
Típico reflejo del soviet: eliminar la disidencia y repudiar todo lo que no sea alinea con el pensamiento único. La cuestión es que, en Argentina, no hay tal pensamiento único: no somos ni Rusia, ni Nicaragua, ni Venezuela, ni —obviamente— menos aún Cuba.
Por no ser así, no aparecerán en horas los sicarios de la DG1 a buscarla para llevársela a alguna prisión, no los agentes de la NKVD del camarada Vladimir con idénticos fines. Pedir la expulsión de un funcionario elegido por el pueblo en elecciones libres y democráticas es tan fascista que casi huelga describir lo autoritario de la cuestión.
En el detrás de escena Lence recibió presiones por parte de su propio espacio y borró los tweets. Como si fuera una niñata, la reprendieron por salirse del molde. Con el correr de las horas, y al ver las carnestolendas kuka del día viernes, la marea tornó a un franco apoyo luego de un comunicado de la propia consejera donde le pidió disculpas a Montenegro y a sus compañeros de espacio, pero dejó muy en claro que no se disculpa por haber expresado sus pensamientos.
Quien se arrodilla ante el fascismo no obtiene clemencia, sino que sólo construye su propio camino al sometimiento. El sitio Reputación Digital elaboró un informe en base al tráfico en la web en las horas posteriores a los hechos ocurridos en Recoleta, del cual surge un rato relevante: «el 62% cree que el atentado estuvo armado».
Da igual que el hecho sea cierto o no: la credibilidad del gobierno está fracturada, incluso dentro de su propio universo de votantes. Transformar el hecho en un momento de crisis del sistema democrático hablando del odio de los otros y fijando un feriado rechazado de plano por la ciudadanía no ayuda a construir algo diferente.
El peronista de boina blanca, Facundo Manes, quedó expuesto al proponer la presencia conjunta de Macri y Cristina Fernández en un sólo acto de unión de los argentinos. Las respuestas que obtuvo deberían hacerlo reflexionar. Si no encuentra cómo, debería leer el libro del neurólogo Oliver Saks, «El hombre que confundió a su mujer con un sombrero» en el cual se relata la historia de «El Marinero Perdido», sobre Jimmie G., quien tiene amnesia anterógrada (la pérdida de la capacidad de formar nuevos recuerdos) debido a un síndrome de Korsakoff. El personaje es incapaz de recordar nada de su vida desde el final de la Segunda Guerra Mundial, llegando a olvidar incluso los eventos que suceden hace sólo unos minutos. De hecho, este cree que todavía se encuentra en 1945 (el segmento cubre su vida en la década de 1970 y principios de la de 1980), y parece comportarse como un joven normal e inteligente, más allá de su incapacidad para recordar la mayor parte de su pasado y los eventos de su día a día. En el relato, el paciente lucha por encontrar significado, satisfacción y felicidad dentro de un contexto de pérdida de memoria constante que lo lleva a olvidar lo que hace de un momento a otro.
Lo mismo parece ocurrirle a Diego Iglesias, el vocero kirchnerista que tweeteó: «Dirimir las diferencias políticas a través del asesinato es algo que la Argentina clausuró en 1983 y dijo nunca más. Lo de hoy es el hecho más grave desde la vuelta de la democracia». Tres veces atentaron contra Alfonsín. Nadie hizo unas carnestolendas de tan tremendos hechos.
El síndrome de Korsakoff está muy extendido.