El secretario de Seguridad, Martín Ferlauto, aseguró, en recientes declaraciones que, el aumento en los índices de delincuencia en nuestra ciudad, es el mal fruto de la mala situación económica. Zaffaronismo puro.
Vincular el estado de la economía al accionar criminal que sufre la sociedad, ya se convirtió en un argumento insostenible. El delincuente es, sencillamente, un depredador. Esa mirada que romantiza al crimen, encontrando justificaciones para quien le quita la vida a otro ser humano, ya caducó por la fuerza misma de los hechos.
El aumento de la criminalidad no es otra cosa que la consecuencia lógica del abandono de la seguridad pública por parte del gobierno de la provincia, cuestión que —extrañamente— no es nunca citada en las habituales críticas que al accionar de la gestión Kicillof dedica, día a día, el senador Alejandro Rabinovich. Es curioso que el legislador que asume el rol de némesis del gobierno provincial, denunciando la «discriminación» que sufre la ciudad por parte del mismo, no diga, sobre este aspecto crucial, ni pío.
Es obvio que el novel Ferlauto se limita a seguir la senda discursiva que le marcan: el problema no es ni el gobernador Kicillof ni su secretario de (in)seguridad Sergio Berni, sino el pésimo estado de la economía.
El tema es que, estando en democracia, inevitablemente aparecen otros actores que sí hablan de lo que hay que hablar, como el presidente del Foro de Seguridad de General Pueyrredón, Juan Manuel Palacios, quien pone el punto en las íes señalando claramente que, la causa central del crecimiento delictual, no es otra que la ausencia de una política de seguridad.
El delincuente es un depredador que, como tal, actúa cuando olfatea debilidad. Eso sí: nunca con valor. El criminal es cobarde por esencia. Un carroñero, que busca al débil a quien hincarle el diente.
En sí, el gobierno comunal sigue gozando se suerte. Los crímenes —balaceras, acuchilladas y otras salvajadas semejantes— se vienen dando siempre en la periferia de la ciudad, en un corredor oeste-sur, y lejos de los barrios más céntricos.
En muchos de estos casos, quienes terminan baleados o acuchillados ni hacen la denuncia, o terminan huyendo del HIGA, nosocomio al que son derivados siempre estos casos. El tambor del arma sigue girando, y el juego macabro de la ruleta rusa sigue adelante, sin que nadie atine a hacer nada que permita evitar la próxima víctima.
La confusión es total. Una vecina me hacía saber lo decepcionada que está con Montenegro. Cuando le pregunté por qué, me dijo que ella «esperaba que combatiera el narcotráfico y el lavado de dinero». Le respondí con una breve introducción a la comprensión de conceptos tales como la división de poderes y, en ello, cuáles son las competencias que tiene cada cargo.
No obstante, es la propia comunicación desde la política lo que en nada contribuye a que las cosas se entiendan de manera adecuada: ni el municipio ni los actores públicos de JxC en la ciudad hablan de este tema, mientras que se ven por las calles vehículos con la leyenda «patrulla municipal» y se comunican cosas como que se adquirió un nuevo software que permite hacer persecución digital, aprovechando el anillo de cámaras de seguridad comunales.
Todo se limita a intentar que se vea que se está haciendo algo, sin hacerse cargo real de nada. Mientras tanto, no somos Rosario… por ahora.