Según los integrantes del prieto grupo que integra el staff más cercano al intendente Guillermo Montenegro, «Guille en las encuestas vuela». Raro, no se le ve la capa de superhéroe.
En esta semana, el debate público estuvo centrado en la propuesta de habilitar una unidad gastronómica en un predio contiguo a la ex ESIM. Reverberan palabras propias del pasado mientras el bloque de los unidos patrióticamente se alza contra el Ejecutivo bajo falsas consignas que, cada día más, los alejan de la sociedad.
En ese esquema —el de hablar del pasado queriendo hacerlo presente— no generan nada. No hay ni un asomo de ese liderazgo que necesitan si buscan la oportunidad de proponer algún cambio para Mar del Plata. Y esto no es sólo un problema de los unidos patrióticamente, sino de una comunidad toda que requiere un liderazgo moderno, con propuestas, y al que le interese la ciudad.
Todos los temas están pendientes, entre ellos, un gremio que atrasa y oscila entre negociar, dar consejos económicos, y actuar como fuerza de choque agitando a los empleados municipales, a esos mismos que dejó a su suerte en el 2023, cuando la inflación volaba y ellos acordaban salarios muy por debajo de lo que exigía la economía del momento.
Mar del Plata ha sido, a lo largo de su existencia, agraciada por eventos y momentos que le dieron un potencial que hoy no se ve. La ciudad, ese villorío de pescadores que se transformó en la villa de vacaciones de los poderosos a finales del siglo XIX e inicios del siglo XX, y a la que llegó el peronismo en la década de 1940 para instalar una pelea político-ideológica que se mantiene hasta hoy, luce raída.
Esa historia fue la que le dio a Mar del Plata el complejo de edificios que se alzan en el área del Casino y el Hotel Provincial, esa rambla que hoy luce abandonada, mugrosa, reducida a una verdadera villa miseria emplazada frente a las mejores playas de la ciudad. No hay una sola propuesta para cambiar esta realidad, porque la concurrencia de actores políticos diversos —en su mayoría, del PJ, pero no sólo ellos— dejó todo en las terribles manos de Florencio Aldrey Iglesias. El resultado, está a la vista.
Los intereses políticos del Proceso le dejaron a Mar del Plata el Estadio Minella, aún hoy conocido popularmente como «el mundialista», una construcción que está en ruinas y sobre la que nadie atina a proponer algo. El intendente que «vuela en las encuestas» anunció —varias veces— que un acuerdo con la AFA lo rescataría de su triste presente. Pasa el tiempo, la palabra se disuelve, y nada ha ocurrido, ni va a ocurrir. ¿Veremos el día en el que la única solución sea demolerlo? Es posible.
La pasión y la visión de un marplatense, Jorge de la Canale —hoy, palabra prohibida— le dio a Mar del Plata los Juegos Panamericanos de 1995. Quedaron los estadios y los escenarios, actualmente convertidos en una ruina. Nadie atina a diseñar un plan de mantenimiento, y el área de la gestión municipal que debería sostenerlo, el EMDER, no tiene ni el presupuesto ni las ideas que se requieren para poder hacerlo funcionar.
Es imperioso que haya una nueva propuesta para la ciudad, pero un líder político capaz de pensarla y ejecutarla, aún no está a la vista.