Detrás del brillo de las luces que se encienden en la nocturnidad marplatense, algo hace sordos ruidos.
Temporada 2024: advertían una catástrofe, pero están salvando la ropa. Un punto fuerte de la movida de este año, son las fiestas electrónicas, eventos en los que, los concurrentes —en particular, las jóvenes— sufren robo tras robo. Los datos que me llevan a escribir estas líneas son de primera mano: los padres de estas chicas, que acuden a este medio buscando que alguien los escuche.
Y en este tema, es obvio que se da una importante participación de actores locales, que son quienes manejan el circuito de robo, entrega y venta. Usan para esta tarea la mano de obra llegada del conurbano, en combinación con delincuentes locales. Como el esquema de seguridad emplea de forma masiva al grupo UTOI, que está formado para actuar como tropa de choque, la búsqueda de respuestas ante estos hurtos reiterados se vuelve algo insoportable.
¿Por qué? Porque ni siquiera les dan bien la dirección de la seccional en la que corresponde hacer la denuncia: los mandan a la estación policial de Chapadmalal, que pertenece a la policía vial, o a la seccional quinta, que está ubicada en Punta Mogotes. Otro truco dilatorio, es jamás brindarle a los ciudadanos ni el nombre ni el contacto del fiscal de turno.
De esto —obviamente — nada se dice en los medios, que siguen atrapados entre la pauta local y la información sesgada que reciben por parte de la Departamental Mar del Plata, que es quien digita qué es lo que se corta y se pega en los portales al respecto de la situación delictual en el distrito.
José Luis Segovia —quien se cree impune y se siente indemne— es el gran titiritero de la mentira y el ocultamiento. Pero nada permanece por siempre debajo de la alfombra: en el universo digital, más tarde o más temprano, todo se termina volviendo notorio.
Es un hecho que el pretencioso objetivo de la actual administración, que buscaba instalar al intendente como una figura central en el tema de la seguridad, ya fue: hace unos días, detuvieron a dos revoltosos que estaban dándose de a trompadas y patadas en la peatonal. Cuando los detienen, ven que uno de ellos tenía pedido de captura y que los dos contaban con frondosos antecedentes penales. Y no es que caminaban por las afueras de la ciudad, sino que se pavoneaban en plena peatonal San Martín, a vista y paciencia del área en la que más cámaras de seguridad hay en la ciudad.
Es innegable que hay demasiada laxitud, como la habilitación de Moringa —una estancia en la que se realizan casamientos de alto perfil— para una rave que pudo haber terminado en tragedia, con colas de tres kilómetros, por horas y horas, sobre la ruta 11.
El ruido que provoca todo esto se asemeja a un volcán islandés en ebullición. Hay gente que va a terminar muy mal, porque se pueden hacer las cosas mal algún tiempo, pero no todo el tiempo.
En este verano austral, se alinearon los planetas y, lo que pudo haber sido una catástrofe económica, está dejando un parche de dinero que hará un poco más tolerable lo que habrá que soportar en este 2024 que recién comienza.