Es de su naturaleza que la seguridad es una necesidad del individuo. El fuego no sólo permitió la cocción de la comida y provocó un salto diferencial en la conducta humana, sino que también proveyó seguridad en la noche a los humanos en las cavernas.
Cuando la seguridad está en riesgo, el primate se manifiesta, y el individuo muestra una esencia primitiva, rústica, despojada de toda la evolución de la civilización, aquella que lo convirtió progresivamente en sujeto de derecho, en ser civilizado y social.
Hoy el riesgo está a la vista, no obstante, día a día demostramos que estamos por encima de la bestia. Salvo excepciones, ante la violencia cotidiana, prohijada y aupada por el poder, nos obstinamos cual penitentes en poner la otra mejilla y no caer compulsiva y masivamente en el “ojo por ojo, diente por diente”.
Dos situaciones marcaron esta semana: el experimento de recrear una celda de la cárcel de Batán en la Feria del Libro de Mar del Plata, y la toma de rehenes en Tortuguitas, partido de Tigre.
El experimento social ideado por el defensor oficial Ricardo Mendoza y la jueza de menores María Fernanda Di Clemente se considera política de Estado y fue destacado por Nicolás Laino, coordinador del Programa contra la Violencia Institucional de la Defensoría General de la Nación, quien participó del acto inaugural del proyecto cuyo objetivo es lograr la concientización y la promoción de derechos respecto de la violencia institucional practicada en el ámbito del poder punitivo. Así lo dicen, asumo que así lo entienden.
El otro experimento social lo lleva a cabo la jueza de Ejecución Penal Victoria Elías García Mañón, responsable de la libertad de Emiliano Ledesma y de Marcelo Leonardo Ameijeiras, los dos sujetos que mantuvieron el vilo a todo el país con la toma de rehenes de Tortuguitas de hace unos días. Ledesma había asesinado en la puerta de su hogar al empresario Oscar Plut, y Ameijeiras, quien insistía en el episodio de Tortuguitas en que él no es un asesino, había ultimado en 2007 a un joven de 22 años. En ambos casos, la jueza García Mañón señaló que su conciencia estaba en paz: “Hice todo bien, eran presos con conducta ejemplar”, dijo, y por eso estaban libres. De Ameijeiras dijo: “es una persona inserta en un contexto de resocialización, que incluso estudiaba Sociología”.
Estas conductas son parte de un mismo escenario, es decir, el de la acción de personajes que abogan por un orden sin orden, que termine con la situación de “prisionización”. El criterio es perverso, no obstante, porque desconoce la estadística, para empezar: la cifra actual de muertos supera en casi el doble la ilegítima cifra de detenidos desaparecidos -ilegítima en el sentido de que está probado que no fueron 30.000, tal como se insiste desde hace años-. Durante los últimos 22 años fueron asesinadas, en promedio, siete personas por día en la Argentina. Según las estadísticas oficiales, entre 1991 y 2009, más de 50.000 personas fueron víctimas de homicidios en nuestro país. Y si se toma en cuenta que el año pasado las autoridades admitían que, aun siendo “una de las más bajas del continente”, la tasa de homicidios rondaba los 5,5 cada 100.000 habitantes.
Las estadísticas, sin embargo, no ilustran acerca de cuántos de estos asesinatos ocurren en el contexto de estos experimentos sociales, cuyo material descartable es el ciudadano de a pie. En entrevista en la 99.9, el abogado Martín Ferrá manifestó al respecto: “Nunca, desde 1810, hubo en la Argentina tanto Estado al servicio de la custodia de derechos y garantías de la población encarcelada. Nunca hubo tanto crimen y tanta impudicia para dar vuelta los hechos y colocar en el lugar del dolo al inocente. Ahora, además, juegan a ver a la víctima tras las rejas, esas mismas rejas que rechazan colocar en torno a los criminales”. Huelgan los comentarios. Todo dicho.