La propuesta para establecer un régimen de policía municipal explicitada por el intendente Gustavo Arnaldo Pulti es una mentira más en un largo rosario de mentiras. La cifra de 27 muertos, consecuencia del accionar criminal en Mar del Plata en lo que va de este año, ubica a nuestra ciudad en el triste lugar de ser la más violenta de la provincia; en la lista no están contemplados los que caen víctimas de ajustes de cuentas o de situaciones caracterizadas como riña, o violencia familiar.
La actitud de los delincuentes y criminales que se exhiben en Facebook con armas y haciendo gala de su impunidad sólo se explica en una sociedad (la nuestra) que ha subvertido la misma idea de qué está bien y qué está mal. Y la respuesta es funcional a esa “nada” moral: Pulti anuncia la creación de la policía municipal sin plan, sin recursos, y sólo con la intención de capturar una tasa aplicada para intentar paliar el infame deterioro de las cuentas públicas que su (des)gestión ha provocado.
Según revelaron recientemente José Reynaldo Cano y Fernando Arroyo, el déficit es trece veces superior al que existía en la administración Katz. En valores constantes -corregido el efecto inflacionario-, es cinco veces superior, y ha sido reconocido por el propio secretario de Hacienda que el problema ha conseguido limitarse a través del uso de fondos afectados.
En estos tiempos modernos, a mentir descaradamente se lo conoce como “el relato”. El relato de Pulti todo lo abarca. Dice sin inmutarse que, en vez de hacer obra pública, hay que poner cisternas en hogares y edificios, mientras aconseja, cual estilista de cotillón, que es un buen método para aprovechar el agua de lluvia, ya que “deja muy bien el pelo”. Increíble viniendo de la máxima autoridad –en los papeles- ejecutiva de esta desbaratada ciudad.
Para crear parte de ese relato, trajo a Alberto Binder, elogiado por el presidente del Colegio de Magistrados local Manuel Fernández Daguerre como un hombre extraordinario que ha escrito piezas notables y ha asesorado en procesos de reforma similares en Chile, Paraguay, Ecuador, Venezuela, Honduras, El Salvador, Guatemala, República Dominicana y otros países de América Latina.
Analicemos brevemente la referencia. Caso El Salvador: “Desde la tregua alcanzada en marzo, los homicidios en el país cayeron de un promedio de catorce a sólo cinco diarios, gracias a lo cual terminaríamos el año con dos mil homicidios menos que en el 2011″, según cita el diario El Universal de ese país. Durante 2011, la cifra de homicidios había alcanzado el récord de más de 4.300. Subrayaría lo que se considera cierto éxito: “sólo” cinco homicidios diarios, en un país que apenas excede los 6 millones de habitantes.
En el caso de Paraguay, país por el cual también ha pasado la excelsa sabiduría de Binder, distintos portales digitales citan: “En los últimos 10 años aumentaron los índices de criminalidad en el Paraguay como en el resto de la región, y hace tres comenzó a surgir el fenómeno de los secuestros en el país. La percepción de inseguridad (…) ha tenido una escalada muy superior a lo que pueda indicar cualquier estadística. Frente a esta situación, desde hace un tiempo la ciudadanía viene reclamando acciones eficaces para reducir la criminalidad, pero esto no bastó para que el Estado generara una respuesta sólida y coherente. Aún no existe una política integral en materia de seguridad. Hay planes, proyectos, experiencias, pero son acciones fragmentarias. Las diferencias políticas entre distintos sectores del Estado (ministerios, municipios, etc.) contribuyeron a este vacío”.
En fin, podría seguir ahondando en el detalle de los ejemplos, que además sobran. Y lo haré en próximas columnas. Pero entiendo que lo mencionado suscintamente hasta aquí alcanza para un somero esbozo del relato que envuelve y cuesta, tanto vidas como dinero de todos.