El aserto preferido de Julio Grondona repercute cada vez más con el paso de los años, ya que la imparable bola de nieve que provoca la hiperconectividad lleva a que «el tema del día» sea, sólo horas después, apenas un recuerdo.
Y es que a una pena le sigue otra y, en el decir y el devenir, todas se diluyen en una inmensa bola de publicaciones tremendas que sólo momentos después ya serán pasado. Es por ello que es necesario repasar los hechos de vez en cuando, para que el tiempo agitado del presente no devore a la conciencia pública. Eso es lo que intento.
Hubo en Mar del Plata una marcha «por la educación pública». Dicen sus organizadores, que ha sido «histórica», siguiendo un mal de la época, que es colocarle ese marbete a cualquier hecho de la actualidad sin esperar el juicio del tiempo.
Uno de los defensores de la protesta —trabajador del sistema universitario— defendía —en un coqueto café de la ciudad— la legitimidad de la misma sosteniendo que la izquierda ruidosa, con sus banderas desplegadas, representaban como mucho a unos tres mil actores en la marcha y que el resto era la «familia universitaria». Bueno, digamos que sí. Se puede contar también allí a mucha gente confundida, que terminó defendiendo los privilegios de un grupo político devenido en casta que no quiere que le toquen su ánfora llena de monedas de oro.Y es que —tal como admitió en una charla en la esquina de Belgrano e Independencia «Albertito» Rodríguez— los ex PSP conchabados en la universidad viven de «planes trabajar de lujo». Han montado una estructura de autosatisfacción que sólo les sirve a ellos.
El apparátchik número uno —léase: el rector de la UNMdP, Alfredo Lazerretti— se jactaba en señalar que «nada será igual después de la marcha». No da para eso, porque auditar el gasto público es un objetivo irrenunciable. No de Milei, sino de la sociedad. Tenemos derecho a exigirles que rindan cuentas. ¿Alguien puede explicar por qué Lazzeretti dispone de un auto y chofer/es a cargo de la Universidad? Gasto ocioso e improductivo, si los hay.
Obvio, no es lo único. Hay, en cada una de las unidades académicas, mucha grasa improductiva por remover, vicios de décadas convertidos en privilegios de casta que —para colmo— se autopercibe como digna de dichas prebendas.
A su paso por la ciudad, el compañero de ruta de toda esta cultura socialista de apropiación del Estado, hablo de Axel Kicillof, se pronunció a favor de una «salud inclusiva», señalando que «la salud no es una mercadería». Es el mismo tipo de expresión que volcaron los socialistas y sus socios durante esta fraudulenta defensa de la Universidad Nacional que, en realidad, no es otra cosa que la protección de sus privilegios.
Hace unos días —todo pasa, nada queda— en un reportaje a un medio salteño el director de salud de la provincia revelaba que cayó un 80% la atención de salud a extranjeros desde que se comenzó a aplicar un cobro por la atención en esos casos. No es difícil advertir la lógica que se requiere para cuidar los recursos del Estado que, cuando no se hace forma debida, habilita el fraude por parte de estos depredadores del presupuesto público.
Así es como siempre se benefician los mismos.