La historia del chalet construido hace 117 años por Antonio Leloir para su esposa ha atravesado la vida de la ciudad por décadas, como un emblema de la Mar del Plata perdida y añorada.
Lo curioso, es que se añora aquello que nunca le perteneció al ciudadano de a pie, sino a una clase rica adinerada que construía grandes mansiones para su propia satisfacción y competencia de clase. Se añora esa época de los señores, de los amos, a quienes la gleba aún hoy parece extrañar.
El Chateau Frontenac, que parecía estar condenado a la piqueta, fue comprado la década pasada por el grupo IRSA y un socio uruguayo dedicado al real state. Hay un proyecto original que contemplaba dos edificios de departamentos de 17 pisos, pero éste siempre chocó con un obstáculo: el macizo de piedra sobre el cual hay que construir y que implica un alto costo para lograr el espacio necesario para desarrollar las cocheras que, conforme a los reglamentos locales, debe ser de, cuando menos, una por departamento.
Hace unos meses, el año pasado, se produjo un cambio de rumbo: al parecer, el expediente cambió de proyecto y de arquitecto. El estudio original, que había presentado el primer proyecto, fue el de Hernán Vela. Hoy, este es desplazado por el arquitecto Jerónimo Mariani.
Hasta aquí, parecería que no hay nada fuera de lo normal: ingresan nuevos inversores, y éstos eligen un cambio de rumbo. Pero en realidad, la situación es bastante anormal. Es anormal que el proyecto haya pasado de 17 a 22 pisos, y aún más que se pretenda justificar desde el ejecutivo que se les exige menos cocheras que los departamentos según prevé la reglamentación vigente, buscando como justificación el costo que tiene perforar la piedra.
Tan poco normal es, que el arquitecto Vela ha hecho una presentación en el Colegio de Arquitectos exponiendo la irregular situación, al tiempo que inició una acción civil por el pago de sus honorarios profesionales. El reclamo, en sede civil, está en una mediación que recorre caminos, cuando menos, sinuosos, por decirlo suavemente.
En esta jugada hay actores que se conocen de siempre. Y por siempre nos referimos a la década de 1980, y el inicio de la era democrática. Uno de ellos, es el secretario de Obras Privads, Jorge «el guasa» González quien, cuando menos, pudo haber tenido la cortesía no profesional sino política de avisarle a su ex conmilitón que lo sacaban del juego.
Hay un juego de intereses muy fuertes en danza. Llama la atención hasta al más desprevenido el romance de expresiones que se vuelcan en La Capital a favor del proyecto, cuando su propietario, el día que recibió —para vergüenza de cualquier persona honorable— la distinción de «ciudadano ilustre», se pronunció en contra de proyectos como el que nos ocupa.
¿No exigir tantas cocheras como departamentos se construyan, será de ahora en más, la nueva norma? ¿O es sólo para amigos y socios del poder de turno?