No es una novedad que la oligarquía creó Mar del Plata. Fue la visión de ese sector de la sociedad argentina que llevó al saladero a la categoría de villa balnearia a finales del siglo XIX. Uno de los instrumentos de la oligarquía para retener poder ante el crecimiento -vía las urnas- de la UCR, fue el facto, y avanzado el siglo XX, la creación del Instituto de Grandes Contribuyentes, con el cual terratenientes y actores económicos se aseguraban el control del impacto fiscal en localidades como Mar del Plata.
Entre 1879 y 1906, el conservadurismo se hizo con el control de la ciudad: desde 1881 a 1886, la ciudad estuvo controlada por un juez de paz que reunía funciones legislativas, judiciales y ejecutivas. En 1890, la reforma que había dado origen al instituto mencionado en el párrafo anterior cedió por la presión política, al concederle a los municipios como Mar del Plata autonomía vía electoral. La tensión condujo a que en ese año se determinara la intervención, designando hasta 1916 para ello a la figura del comisionado municipal.
Esos años fundantes han marcado hasta hoy la ideología imperante. El gobierno de María Eugenia Vidal actúa oligárquicamente, casi como heredera natural de esa mala historia que pretende, gobierno tras gobierno provincial, determinar los destinos de la ciudad por medio de comisionados. Este verano, en partidas simultáneas, el diputado Manuel Mosca, natural de Bolívar -que difícilmente pueda ocupar una banca de concejal en su ciudad- bajó línea aquí sentenciando: “no hay reelección de Arroyo, déjense de joder”. Fabián Perechodnik -a quien en la intimísima interna del PRO llaman “el carperito”- baja la misma línea reportando directamente a Federico Salvai, el único ministro que habla a diario con la Gobernadora, prerrogativa que no alcanza al resto del gabinete provincial.
Las operaciones de esta semana por la vía de los medios electrónicos del Grupo Clarín han sido un grotesco difícil de superar. Primero fue Nicolás Wiñazki afirmando que Gustavo Arnaldo Pulti fue mejor intendente que Arroyo -vaya uno a saber en qué datos se fundamenta tal aseveración-, o el chimentero Luis Bremer, que en el programa de Mariana Fabbiani no se privó de criticar y denostar a la intendencia de la ciudad, con una iracundia nunca mostrada con comuna alguna, incluida la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Lo que está ocurriendo es de la más rancia factura oligárquica: tratar al jefe político administrativo de la ciudad de Mar del Plata como un delegado que sí o sí debe cumplir con el deseo emanado de la oficina de la Gobernación en CABA, es irritante y antidemocrático. La línea que maneja la Gobernadora se permite despreciar el voto de los marplatenses, e intentar plantar un candidato propio, Guillermo Montenegro, quien recorre el pasado de sus años jóvenes, cuando vivió en la ciudad, como si fuera un reality en el que el reencuentro con los amigos hace de mecanismo reintroductorio a la vida pública de la ciudad.
Todo ese recorrido huele a naftalina. Como la que los mucamos y personal de servicio colocaban en los amplios roperos de las mansiones de la oligarquía desde fin del verano, aguardando al próximo con todo ordenado, prolijito, según las órdenes y deseos del patrón. Del oligarca.